los salmos para el camino
Published on
August 4, 2025

Contemplar la creación de Dios, su gloria y majestad, nos lleva a la alabanza. Descubrir el lugar único y honroso de hombres y mujeres en la creación, como portadores de la imagen de Dios, nos conduce a darle gloria y a cumplir gozosos nuestra tarea como mayordomos de nuestro prójimo y de la creación.

Salmo 8:  

Oh Señor, soberano nuestro, 

¡qué imponente es tu nombre en toda la tierra! 

¡Has puesto tu gloria sobre los cielos! 

 Por causa de tus adversarios 

has hecho que brote la alabanza 

de labios de los pequeñitos y de los niños de pecho, 

para silenciar al enemigo y al rebelde. 

Cuando contemplo tus cielos, 

obra de tus dedos, 

la luna y las estrellas que allí fijaste,  me pregunto: 

«¿Qué es el hombre, para que en él pienses? 

¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?» 

Pues lo hiciste poco menos que un dios, 

y lo coronaste de gloria y de honra: 

 lo entronizaste sobre la obra de tus manos, 

todo lo sometiste a su dominio; 

 todas las ovejas, todos los bueyes, 

todos los animales del campo, 

las aves del cielo, los peces del mar, 

y todo lo que surca los senderos del mar. 

 Oh Señor, soberano nuestro, 

¡qué imponente es tu nombre en toda la tierra! 

(Salmo 8:1-9) 

 

La creación nos inspira y nos impulsa a la adoración 

Dios se ha dado a conocer no sólo en su Palabra, sino también por medio de su creación. Esta, como un testimonio inevitable y siempre presente, nos habla elocuentemente de su Creador y refleja su gloria, sabiduría y grandeza. 

Pero es necesario que nos detengamos a contemplarla y admirarla. Ese no siempre es el caso. De hecho, a menudo cuando observamos la creación, puede ser que tengamos otro tipo de lecturas e interpretaciones de lo que en ella vemos: fenómenos naturales, científicos, o incluso religiosos. Hay quienes adoran al sol y buscan la guía de los astros.  

El salmo 8 nace de la contemplación y admiración ante la inmensidad, orden y belleza de los cielos en una noche clara y serena.       

 

Entendiendo el salmo 8 

La primera expresión que encontramos en el salmo, y con la que este finaliza, es un reconocimiento y admiración de la grandeza y majestuosidad de Dios: “Oh Señor, soberano nuestro, ¡qué imponente es tu nombre en toda la tierra!” (Salmo 8:1). 

Puesto que cierra el círculo de su reflexión con las mismas palabras (v.9), el salmista nos ayuda a entender que todo el salmo está envuelto en esa exclamación de admiración, gratitud y reconocimiento de su gloria excelsa. Todo lo que se dice en el salmo está impregnado de la misma exclamación con la que inicia. 

Desde el comienzo, el salmista reconoce el señorío y la soberanía de Dios. Su creación, manifiesta la majestad admirable del Señor y evoca esta expresión profunda de adoración: “¡Has puesto tu gloria sobre los cielos!” (Salmo 8:1). 

El nombre revela el ser de Dios, y este se manifiesta en los cielos. La gloria es la manifestación externa de su eterno poder y divinidad. Como un rey que muestra y da a conocer su señorío y grandeza por medio de los lujos y la parafernalia que lo rodean, así el Señor y dueño del universo da a conocer su gloria por medio de sus obras, en el cielo y en la tierra. 

Al mencionar la tierra y los cielos, el salmista en realidad incluye a toda la creación. Todas las obras de Dios muestran, como el gran artista que es, su grandeza y sabiduría. Y ello hace que surja del corazón creyente la admiración y la reflexión: “Por causa de tus adversarios has hecho que brote la alabanza de labios de los pequeñitos y de los niños de pecho, para silenciar al enemigo y al rebelde” (Salmo 8: 2). 

Una realidad ineludible en el mundo es la presencia activa de quienes el salmo identifica como: adversarios, enemigo y rebelde. Estos términos representan a quienes se oponen a Dios, actúan en su contra y se rebelan contra su voluntad. Hay quienes piensan que es una alusión a las fuerzas y poderes que desde la creación se manifestaban y resistían contra la obra de Dios, como Leviatán. Pero sin duda es también una clara referencia a quienes desde que existe la humanidad viven en abierta oposición contra Dios. Seres humanos que han decidido vivir en rebeldía contra su creador. Personas que a cada paso se oponen a lo que Dios hace en el mundo. 

Ante estos adversarios, Dios usa lo más pequeño y aparentemente insignificante para hacerlos callar. Desde la debilidad, Dios vence a sus enemigos. Hay un enorme poder en lo pequeño y débil, en lo inocente. A la luz de las palabras de Jesús a los principales sacerdotes y escribas que se negaban a reconocer a Jesús como el Mesías, es la alabanza de los niños la que constituye la respuesta adecuada: “has hecho que brote la alabanza de labios de pequeñitos y niños de pecho” (traducción de la LXX). El texto hebreo dice: “Fundaste la fortaleza”, y en la NBE: “Has cimentado un alcázar”.  

En ambos casos, Dios utiliza la alabanza que sale de la boca de los niños y niñas de pecho como si fuera una fortaleza, un castillo que resiste los embates de los enemigos de Dios. Todas las argucias y estratagemas de las que se sirven los adversarios se estrellan ante la muralla que representan las alabanzas de los infantes. Estas constituyen los fundamentos sólidos de la fortaleza de Dios. La férrea oposición a Dios es contenida por los sencillos cantos niñas y niños. Mientras que los rebeldes vociferan contra Dios y su reino, las alabanzas infantiles hacen callar a la oposición.

Recuerdo que, en mi primer pastorado, en una ocasión llevamos a los niños y niñas de la iglesia a cantar al centro de la ciudad. Al regresar, debíamos pasar por una zona de prostitución, y allí nos detuvimos para que los niños cantaran. Muchas veces habíamos ido a evangelizar a esa zona sin resultados. Pero en esa ocasión, los cantos de los niños y niñas derribaron las barreras, y un grupo de mujeres fue con nosotros a la iglesia y entregó su vida al Señor. Dios usó la candidez y la simpleza de los cantos de los niños para transformar vidas. 

Cuando contemplo tus cielos, 

obra de tus dedos, 

la luna y las estrellas que allí fijaste, 

me pregunto: 

«¿Qué es el hombre, para que en él pienses? 

¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?» (Salmo 8:3-4). 

 

La contemplación de los cielos, su grandeza y gloria, lleva al salmista a descubrir dos realidades extraordinarias. La expresión obra de tus dedos, indica “el trazo delicado de los cielos estrellados” (Alter, 2007).  

Lo que la imagen pretende es hacer ver el carácter artesano de la creación… Es una tarea artesana menuda, cariñosa. Un pasar y repasar los dedos, modelando la forma perfecta de los astros: como vajilla, como joyas, los astros son para el poeta piezas de divina artesanía (Schökel, 1992, p.84 ).         

También, esa contemplación lleva al poeta a considerar la pequeñez del ser humano y, en agudo contraste, su importancia suprema y dignidad dentro de la creación. Entonces se pregunta e inquiere a Dios: “¿Qué es el hombre, para que en él pienses?¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?” (Salmo :4). 

La primera pregunta conjuga y contrasta dos realidades inexplicables. La palabra traducida como hombre (enosh) apunta a su caducidad, a su fragilidad perecedera. Y, a pesar de ello, Dios se acuerda y piensa en ese ser humano, lo tiene presente constantemente, como una madre o un padre que están siempre pendientes de sus hijos e hijas.  

En la segunda pregunta, al referirse al ser humano o hijo del hombre señala también la insignificancia y pequeñez del ser humano ante la enormidad y el orden de la creación. Y, sin embargo, Dios lo visita, lo toma en cuenta. Es, como señala Schökel, “una interrogación mezclada de admiración”.  

Acordarse y visitar son dos verbos que, en el Antiguo Testamento, tienen un sentido salvador y redentor: implican una intervención de ayuda en tiempos de escasez y necesidad. Así vemos, por ejemplo, en Gen 30:22; 1 Sam 1:11, 19, y  Ex 2:24.  

Otra nota relevante es que el texto se refiere al ser humano no al israelita. Es una consideración que amplía el horizonte del salmo a toda la humanidad. Dios cuida a toda su creación, a todos los seres humanos, sin limitaciones ni exclusiones. Es el mismo Padre de Jesús, que “hace que su sol salga sobre buenos y malos y llueva sobre justos e injustos” (Mt 5:45).   

Efectivamente, Dios se acuerda y visita con sumo cuidado y amor a todos y todas por igual.  

La pregunta no es una pregunta filosófica que inquiere sobre la naturaleza del ser humano (hombre y mujer), ni se trata de una pregunta científica que intenta describir al ser mismo. Es una pregunta que parte de un conocimiento cierto, pero que sorprende ante la realidad de que el artesano de un universo inexpugnable y magnífico se ocupe, preocupe y atienda a los seres humanos. ¿A qué se debe que Dios se ocupe intensamente de seres aparentemente insignificantes?   

Es el mismo Dios que añadirá, a nuestra sorpresa e ignorancia, el hecho inefable de la encarnación de Jesús, su hijo, para redimirnos y liberarnos, y para dar su vida en la cruz por nosotros. 

 

Pues lo hiciste poco menos que un dios, 

y lo coronaste de gloria y de honra: 

 lo entronizaste sobre la obra de tus manos, 

todo lo sometiste a su dominio; 

todas las ovejas, todos los bueyes, 

todos los animales del campo, 

 las aves del cielo, los peces del mar, 

y todo lo que surca los senderos del mar (Salmo 8:5-8). 

Como decíamos, la pregunta del salmista surge del conocimiento de un hecho fundamental: Dios ha puesto al ser humano como cabeza de la creación. Génesis 1 es el trasfondo de este salmo. El poeta lo tiene en mente cuando reflexiona sobre el hecho esencial de que el ser humano, hombre y mujer, ha sido creado a imagen de Dios. Y una parte esencial de dicha imagen es el dominio que hombre y mujer ejercen sobre la creación. Su lugar en ella y su papel dominante lo revelan.  

El ser humano ha sido colocado poco menos —o apenas por debajo — de Dios (elohim). Como dice la Traducción en Lenguaje Actual: “¡Nos creaste casi igual a ti!”. Además, esa posición es una muestra clara de la honra que Dios ha concedido al ser humano: “lo coronaste de gloria y de honra” (v.5). 

Esa honra consiste en la función y tarea dada a la primera pareja, y que aun sigue vigente:  

y dijo: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. Que tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves del cielo; sobre los animales domésticos, sobre los animales salvajes, y sobre todos los reptiles que se arrastran por el suelo.» Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó, y los bendijo con estas palabras: «Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los reptiles que se arrastran por el suelo.» (Génesis 1:26-28). 

El salmo 8 repite esa realidad que ahora es razón de su sorpresa, admiración y estupor: “Oh Señor, soberano nuestro, ¡qué imponente es tu nombre en toda la tierra!” (v.9).  

El salmo concluye con las mismas palabras que inició. Se cierra el círculo, pero ahora la exclamación está cargada de lo que se ha dicho en el desarrollo del salmo, y por ello su densidad lo carga de significado. Si al principio fue el salmista quien abrió el salmo con estas palabras, ahora toda la humanidad se une en coro para repetir estas palabras de adoración y alabanza.  

 

Jesús y los niños 

En el cumplimiento de su misión, Jesús encontró y experimentó la presencia real de los adversarios, enemigos y rebeldes. Sufrió la oposición y rebeldía de los líderes de los judíos, la incomprensión y falta de fe de las multitudes, e incluso el abandono, la deserción y la traición por parte de sus propios discípulos.  

Pero en medio de todo ello, reconoció en el canto de los niños la respuesta adecuada en el momento crucial de su entrada a Jerusalén. Era una alabanza desinteresada y espontánea; simple y sencilla, pero poderosa. Era la única voz acertada y apropiada. 

Jesús mismo era como un niño con la capacidad de asombro y descubrimiento de la presencia bondadosa y majestuosa de Dios en las circunstancias de la vida. Aún en los momentos más críticos de la vida. Así, en Mateo 11:25-26, ante la incredulidad de la gente, Jesús alabó a su Padre, descubriendo que, en medio de la oposición, hay niños y niñas que han captado el mensaje del Reino: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los que son como niños. Sí, Padre, porque esa fue tu buena voluntad” (Mt 11:25-26). 

Aquí también son los niños, y los que son como ellos, quienes perciben con claridad la revelación de Dios. Jesús nos llama a ser como niños para descubrir la presencia de Dios que nos habla con poder en su creación.  

En ese momento los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: 

—¿Quién es el más importante en el reino de los cielos?  

Él llamó a un niño y lo puso en medio de ellos.  Entonces dijo: 

—Les aseguro que a menos que ustedes cambien y se vuelvan como niños, no entrarán en el reino de los cielos.  Por tanto, el que se humilla como este niño será el más grande en el reino de los cielos. »Y el que recibe en mi nombre a un niño como éste, me recibe a mí (Mt 18:1-5). 

Los discípulos necesitan aprender de la humildad y sencillez de los niños,  y dejar de lado los deseos de poder y prominencia en el Reino. En ello radica la verdadera grandeza en el Reino de Dios. “Jesús dijo: «Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de los cielos es de quienes son como ellos.»” (Mt 19:14). 

Ser como niños y aprender de ellos: esa es la clave para experimentar el Reino de Dios y su presencia en medio nuestro. El salmista, Jesús y los niños son modelos para aprender a ver a Dios en el diario vivir. 

Ser como niños y aprender de ellos: esa es la clave para experimentar el Reino de Dios y su presencia en medio nuestro. El salmista, Jesús y los niños son modelos para aprender a ver a Dios en el diario vivir.

 

Nosotros y el Salmo 8 

Vivimos en sociedades secularizadas. Por ello, necesitamos recuperar la capacidad de asombro que tienen niños y niñas para descubrir en la creación la gloria de Dios. Ello nos lleva a la adoración profunda y espontánea al Señor. 

Como fue con Jesús, nosotros también experimentamos cotidianamente las fuerzas del mal expresadas por adversarios, enemigos y rebeldes. Estos cada día atentan contra la vida humana y la biodiversidad del planeta. 

El hecho contundente de que el ser humano, hombre y mujer, ha sido creado a imagen de Dios nos recuerda que todos y todas, sin distinciones, hemos sido revestidos de dignidad y valor más allá de nuestra comprensión. La vida humana es sagrada y, por ello, ha de ser protegida, dignificada y valorada. Así lo hizo Jesús, y así debemos hacerlo quienes nos llamamos cristianos. 

La tierra como creación de Dios, que el Señor nos entregó para cuidarla y cultivarla (Ge 2:15), representa una tarea permanente que hoy día cobra una urgencia e importancia de primer orden. Ser portadores y portadoras de la imagen de Dios nos recuerda que tenemos una responsabilidad ante Dios para cuidar esta tierra que gime y sigue con dolores de parto (Ro 8:19-22). Ella sigue esperando que nos manifestemos, la defendamos y protejamos. 

Himno n.° 19: “Santo, Santo, Santo.” Cantos para el pueblo de Dios.