Salmo 1:
Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los malvados,
ni se detiene en la senda de los pecadores
ni cultiva la amistad de los blasfemos,
sino que en la ley del Señor se deleita,
y día y noche medita en ella.
Es como el árbol
plantado a la orilla de un río
que, cuando llega su tiempo, da fruto
y sus hojas jamás se marchitan.
¡Todo cuanto hace prospera!
En cambio, los malvados
son como paja arrastrada por el viento.
Por eso no se sostendrán los malvados en el juicio,
ni los pecadores en la asamblea de los justos.
Porque el Señor cuida el camino de los justos,
mas la senda de los malos lleva a la perdición (Salmo 1:1-6).
Sabiduría para el camino de la vida
Este salmo, inicio del salterio, nos plantea la imagen de la vida como un camino. Camino que todas y todos andamos por una sola vez. De allí la importancia vital de que lo hagamos con suma precaución y alertas ante los muchos peligros que encontraremos en él.
El salmo primero es un portal cuyas puertas se abren ante nosotros y nos ofrece un mapa para el largo camino por recorrer. Su instrucción es simple pero profundamente significativa. De manera sencilla nos deja ver que hay dos tipos de personas: la que es justa y la que es malvada. Obviamente, el salmo quiere que seamos parte de la asamblea de las personas justas. Recordemos que Jesús afirmó que él es el camino (Juan 14:6). Es en la imitación de Jesús que aprendemos cómo recorrer el camino de la vida cristiana.
“Dichoso el hombre (la persona)” (Salmo 1:1).
Esta declaración es, en sí, una invitación a encontrar la dicha y la plena felicidad que son posibles en esta vida. No se trata de una vida sin problemas ni dificultades, pero, aun en medio de ellos, se puede vivir con la dicha profunda de haber caminado en la dirección correcta. La persona, hombre o mujer, que sigue sus consejos tendrá la sabiduría necesaria para andar el camino sinuoso, engañador y peligroso que se extiende ante sí.
Así que, en el punto de partida, se nos ofrece la guía necesaria para arribar a nuestro destino con satisfacción y paz.
Lo que se ha de evitar
“que no sigue (anduvo, caminó en) el consejo de los malvados, ni se detiene en la senda de los pecadores ni cultiva (se ha sentado) la amistad de los blasfemos”(Salmo 1:1).
Son tres actividades que se describen en términos crecientes: caminar, detenerse y sentarse. Y esas actividades se mencionan en términos negativos: esto es lo que la persona sabia no hace.
La primera: “no sigue (camina de acuerdo a) el consejo de los malvados”. Tiene que ver con aquellas palabras que adoptamos, internalizamos y hacemos nuestras, como nuestra filosofía de vida. Son los consejos que escuchamos regularmente o que aprendemos de personas que consideramos sabías o que son de mucha influencia en nuestra vida. Pueden ser nuestros padres, hermanos, amigos, maestros, compañeros de escuela, jefes o jefas o compañeros de trabajo.
En sociedades empobrecidas y explotadas es muy fácil escuchar esas voces que prometen salidas a nuestra situación desesperante. Ante una realidad abrumadora marcada por sueños negados, puertas cerradas, carencia de oportunidades, falta de techo, comida, trabajo y salud, o la falta de documentos para poder trabajar, las ofertas y propuestas de vida que se nos hacen siempre son atractivas y tentadoras.
Además, influyen los sistemas de comunicación en nuestra sociedad (sobre todo trasnacionales) que continuamente nos bombardean con mensajes claros y contundentes, o bien subliminales, para formar nuestra manera de pensar. Estos inciden en nuestros valores y decisiones más importantes. Sus consejos los encontramos en las redes sociales, en las series y películas, en las canciones de moda, en los influencers que seguimos, y en la publicidad que nos dice qué comer, cómo vestir, cuál es la meta (el dinero) y quiénes son las personas con éxito en nuestro mundo, las personas triunfadoras.
Son las personas que han adoptado la filosofía individualista de “el que no tranza, no avanza”. Aquel que en la escuela o en el lugar de trabajo, en el mundo de la política o en la empresa, no le importa pasar por encima de los demás para adelantar su camino, para ascender, para “progresar.” Son las personas que han hecho de la competencia desleal su camino hacia arriba. Entre los comerciantes encontramos ejemplos de ello. Encarecen sus productos a costa de los consumidores. Son dueños de empresas y jefes que explotan a sus trabajadoras para obtener mayores ganancias. Son jueces que, por obsequios ilícitos, aprueban leyes o emiten sentencias que solo benefician a los dueños del capital.
Hoy en día podríamos incluir algunos casos extremos, como los cárteles de drogas o de tráfico de personas u órganos, que hacen negocio con las vidas humanas. También el negocio de la prostitución y la explotación de mujeres cautivas con servicios de escort, modelaje y otras modalidades. O, incluso, la industria de la guerra que ha hecho del aniquilamiento de seres humanos uno de los más ricos negocios, con la complicidad de políticos.
El salmista nos dice enfáticamente: la persona feliz o dichosa no vive su vida ni camina de acuerdo a los consejos de los malvados o criminales. Un término muy fuerte que describe acertadamente a quienes no tienen respeto alguno hacía Dios o hacía la vida de los demás. Personas que, en busca de su beneficio propio, perjudican y mantienen en la pobreza a la mayoría de la gente.
También, en segundo lugar, la persona justa “no se detiene en (a considerar y tomar en serio) la senda de los pecadores”. Literalmente la imagen de que no se detiene indica la idea de asentarse en una forma de vivir (de andar el camino). Es decir, en una forma de vida ya establecida, asentada y forjada.
Es irónico que haya quienes se han sentado en el camino de los pecadores. El término indica que los pecadores son personas que no han dado en el blanco, que han errado su camino, que no llegaron a la meta anhelada. Se refiere a personas que han seguido estúpidamente una meta inalcanzable que sólo les ha traído frustración y vacío. Es un juicio severo y, sin embargo, acertado. Esto, aunque a simple vista no parezca así, tarde o temprano lo experimentarán.
Es como la persona agonizante que, en el desierto, busca agua para sobrevivir y encuentra petróleo (Facundo Cabral). Es quien persigue intensa y denodadamente alcanzar un bien deseado y, cuando abre la mano, solo encuentra aire (Eclesiastés). La persona justa y sabia no se establece en ese camino. No sigue el camino de quienes fracasaron en la vida. ¿¡Cómo lo haría?!
Por último, en su tercera descripción, el texto nos dice que la persona dichosa no “cultiva (se ha sentado) la amistad de los blasfemos”. La Reina Valera dice “ni en silla de escarnecedores (burlones) se ha sentado”. La palabra que se traduce como blasfemos, escarnecedores o burlones, describe a personas cínicas, a quienes no solo les es indiferente lo que es justo y bueno, sino que además se burlan y hacen mofa de ello, en compañía de otros y otras.
Romanos 1:32 describe muy bien ese tipo de personas: “Saben bien que, según el justo decreto de Dios, quienes practican tales cosas merecen la muerte; sin embargo, no sólo siguen practicándolas, sino que incluso aprueban a quienes las practican”.
La persona justa no encuentra su lugar entre ellas. No ha llegado a tal extremo. Esto no quiere decir que nunca haya fallado. A menudo caemos en la tentación de caminar por caminos que nos han aconsejado. En ocasiones, nos hemos detenido a considerar seriamente lo que nos recomiendan como mejor para nuestra vida. E, incluso a veces, hemos participado de las burlas y chistes de personas que no tienen nada mejor que hacer. Lo importante es no quedarnos allí; es necesario dar la vuelta y cambiar de mentalidad.
Lo que se debe cultivar
“sino que en la ley del Señor se deleita, y día y noche medita en ella” (Salmo 1:2).
El deleite, el placer, el deseo y el anhelo de la persona justa es tener cerca la instrucción y guía de Dios (Torá o Ley), por medio de su Palabra. En ella encuentra su diario y continuo deleite. Es como miel en sus labios (Sal 119:103); es luz para el oscuro camino (Sal 119:105); es la palabra que consuela en la aflicción y reanima en la depresión (Sal 119:25 y 92); es la fiel consejera ante las encrucijadas de la vida (Sal 119:24); es más valiosa que cualquier riqueza (Sal 119:14) y más satisfactoria que los manjares más deliciosos o que las grandes riquezas (Sal 19:10).
La Palabra transforma nuestra vida, nos hace personas sabias, nos da genuina alegría, alumbra nuestra visión de la vida, nos ayuda a ver con claridad y corregir nuestros errores y nos ayuda a practicar la justicia (Salmo 19:7 al 12). Por ello, para la persona justa, como práctica constante, es el objeto de su meditación, de su reflexión, de su oración silenciosa, de su murmullo. Este es un ejercicio que se ha de cultivar cotidianamente.
Una imagen poderosa de la vida fértil
“Es como el árbol plantado a la orilla de un río que, cuando llega su tiempo, da fruto y sus hojas jamás se marchitan. ¡Todo cuanto hace prospera!” (Salmo 1:3).
En contraste con la persona que se ha plantado en el camino de los pecadores, de quienes no dan en el blanco, el justo está plantado junto a la fuente de vida, la palabra viva de Dios y la Palabra encarnada, Jesús.
Esa cercanía e intimidad con la Palabra garantiza una vida fructífera y llena de vitalidad. En los momentos clave de la vida (y son muchos los que vivimos), da fruto. Su lozanía es constante: “sus hojas jamás se marchitan”. Como vimos antes, a la luz de los salmos 119 y el 19 (entre muchos pasajes más), es una palabra sustentadora, guiadora, nutritiva y restauradora. Cuando nos enfrentamos a encrucijadas, cuando cruzamos por el valle de sombra de muerte, cuando tenemos luchas, pruebas o enfermedades, encontramos en ella la ayuda necesaria para el momento crucial.
“¡Todo cuanto hace prospera!”: Ciertamente con dificultad, mucho trabajo y determinación, incluso con fallas y caídas, pero lo que hacemos para el Señor y su reino cuenta con su bendición y ayuda. Dios hace que nuestros débiles y a menudo insignificantes esfuerzos sean prósperos y comuniquen vida, la vida de Jesús.
El verbo traducido como prosperará indica que lo que se hace llegará a un feliz término. Pero es una prosperidad o éxito garantizados por la intervención y la ayuda de Dios. Porque el llevar a feliz término una empresa o proyecto de vida depende no tanto de nuestros esfuerzos como emprendedores, sino que es algo que es posible cuando el Señor interviene a nuestro favor.
Consideremos algunos ejemplos de la Biblia para entender la prosperidad en la cosmovisión bíblica. Es como el siervo de Abraham que espera que su viaje para conseguir esposa a Isaac sea prosperado o no por Dios. En su caso, fue próspero (Ge 24:21, 40, 42, 56). En circunstancias fuera de su control, Dios actuó y prosperó su camino. Otro caso fue el de José. Dios prosperó e hizo fructífero su trabajo, lo que hacía en casa de Potifar (Ge 39:3-4), como lo haría después bajo el mando del Faraón. O cuando Nehemías regresó a su tierra para edificar la ciudad (Ne 2:20), Dios hizo prosperar su obra de reconstrucción contra todo tipo de oposición.
Así, la persona que está plantada como un árbol junto a fuentes de agua, será próspera en todo lo que hace porque cuenta con la presencia y la ayuda de Dios. Sobre todo, ante circunstancias fuera de su control, aún ante la enemistad que sufra. Dios prospera el camino de quienes le obedecen.
“En cambio, los malvados son como paja arrastrada por el viento. Por eso no se sostendrán los malvados en el juicio, ni los pecadores en la asamblea de los justos” (Salmo 1:4-5).
La persona que está plantada como un árbol junto a fuentes de agua, será próspera en todo lo que hace porque cuenta con la presencia y la ayuda de Dios.
Un contraste notable
No así los malvados, de los que habló en el v.1. Ellos y ellas son como la paja o el tamo que el viento arrastra. En contraste con el árbol frondoso, el verbo arrastrar se refiere a la inestabilidad de los malvados, “que están en constante movimiento, sin descanso, sin dirección, llevados de un lado a otro por fuerzas sobre las que no tienen control” (Alter, 1985, p.116)i.
Enorme diferencia entre las y los que no tienen control sobre fuerzas o circunstancias, y aquellos que, como José o Nehemías, Dios hace que trabajen a su favor. “Todo lo que hacen prosperará”. En relación con esto podemos pensar en Romano 8:28: “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito”.
Los malvados son atraídos por circunstancias, poderes y corrientes que les arrastran sin que puedan hacer algo. Así de frágil es la situación de los malvados. La firmeza y estabilidad de los justos es contrastada con “la fugaz insustancialidad” (Alter) de los malvados. Viven agudamente “la insoportable levedad del ser” (Milán Kundera).
Consecuencias inevitables
“Por eso no se sostendrán los malvados en el juicio, ni los pecadores en la asamblea de los justos” (Salmo 1:5).
La primera consecuencia es trágica: los malvados no podrán estar de pie o hacer frente al juicio de Dios, que se manifiesta de diversas formas en esta vida y que tendrá su culminación en el día final. De muchas maneras, según Romanos 1:18-32, el juicio de Dios ya se da a conocer en nuestros días. Los malvados son abandonados y dejados bajo el poder de su propia maldad.
Pero mirando hacia el día que estaremos ante el juicio de Dios, los malvados no tienen la estabilidad o el firme cimiento para mantenerse de pie. Ante la corte suprema no tendrán bases para mantenerse firmes.
Además, los pecadores, que no atinan en el blanco, no podrán ser parte de la asamblea de los justos, de aquellos a quienes Dios ama, como veremos a continuación. Su compañía será otra, con los que, como ellos, vivieron desorientados, sin brújula ni norte para el camino de la vida.
La razón última del destino actual y final de malvados y justos
“Porque el Señor cuida el camino de los justos, más la senda de los malos lleva a la perdición” (Salmo 1:6).
El Señor, Yahvé, es el que actúa y garantiza el final del camino, para unos y otros, para todas las personas. Esto ya se intuía en los versículos anteriores.
El Señor cuida, conoce, abraza y ama el camino, la ruta de vida de los justos. El verbo que aquí se usa: conocer, en el lenguaje bíblico, se usa para describir la intimidad sexual de dos personas. Esa connotación está presente aquí. Dios ama profundamente la forma de vida de los justos.
La palabra justos o justas se refiere a personas que han ajustado su vida a la norma de la Palabra de instrucción o Ley. Son quienes, en los avatares de la vida, en los altibajos frecuentes y ante las vicisitudes, se han guiado por la Palabra y han encontrado en ella la guía para salir adelante. Como Jesús ante las tentaciones (Mt 4:1-11), que encontró en la Palabra la fuerza para resistirlas.
El camino, el estilo de vida, de los malvados termina en la muerte, en la futilidad y en la frustración de no haber alcanzado lo deseado. Una vida sin dirección se convierte en la experiencia cotidiana de vacío, de sequedad y de esterilidad. Es la vanidad de vanidades de la que habla Eclesiastés: es perseguir el viento.
Así pues, el salmo primero nos ofrece una visión clara del camino de la vida. Lo que hemos de evitar y lo que debemos cultivar. El camino que siguen los perversos y despistados y el que siguen las personas que han hecho de la instrucción y guía de la Palabra su norma de vida. Jesús como camino nos ha dejado un claro y desafiante modelo de vida. Él es el camino, verdad y vida (Juan 14:6).
El himno 274 del Himnario Santo, Santo, Santo puede muy bien acompañar esta reflexión.