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March 25, 2025

Esta es la semana de la Pasión de Jesús. Empieza su agonía, sufre violencia y vejaciones, es crucificado y muere. Pero su muerte no es el final: es el inicio de algo nuevo. La muerte no tiene la última palabra, porque la vida ya es una realidad. 

Quinto domingo de Cuaresma (6 de abril)

¿Tendremos el valor para el autoexamen, la corrección y la acción?

Antes de su pasión, en su confrontación final con los líderes de los judíos, Jesús hace una denuncia severa contra ellos. Apunta a realidades comunes en sus días y que, lamentablemente, no dejan de ser ciertas en cada generación. Presentamos un resumen de ellas, las cuales conforman un perfil del liderazgo religioso: 

Después de esto, Jesús dijo a la gente y a sus discípulos:  «Los maestros de la ley y los fariseos tienen la responsabilidad de interpretar a Moisés.  Así que ustedes deben obedecerlos y hacer todo lo que les digan. Pero no hagan lo que hacen ellos, porque no practican lo que predican. Atan cargas pesadas y las ponen sobre la espalda de los demás, pero ellos mismos no están dispuestos a mover ni un dedo para levantarlas (Mateo 23:1-4).

La incongruencia entre enseñar y practicar: “no practican lo que predican”. Además, el lado opresivo del liderazgo: “Atan cargas pesadas y las ponen sobre la espalda de los demás, pero ellos mismos no están dispuestos a mover ni un dedo para levantarlas”. 

Todo lo hacen para que la gente los vea: Usan filacterias grandes y adornan sus ropas con borlas vistosas;  se mueren por el lugar de honor en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas,  y porque la gente los salude en las plazas y los llame “Rabí”.

»Pero no permitan que a ustedes se les llame “Rabí”, porque tienen un solo Maestro y todos ustedes son hermanos. Y no llamen “padre” a nadie en la tierra, porque ustedes tienen un solo Padre, y él está en el cielo. Ni permitan que los llamen “maestro”, porque tienen un solo Maestro, el Cristo. El más importante entre ustedes será siervo de los demás.  Porque el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido (Mateo 23:5-12).

El deseo desmedido de ser honrados y reconocidos públicamente: “Todo lo hacen para que la gente los vea”, “se mueren por el lugar de honor en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas”. Las luchas de poder, el ser invitado a desayunos presidenciales, a eventos importantes, ocupar asientos y púlpitos en las iglesias que muestran su “elevada importancia”.

Eran hipócritas, actores que representaban un papel que nada tenía que ver con su vida real. Eran ciegos e insensatos (estúpidos, privados de razón); no podían ver su propia condición y sus actos eran una locura que los llevaba al despeñadero.

En contraste, Jesús les recuerda que hay un solo Maestro y Padre. Además, les reitera una vez más que: “El más importante entre ustedes será siervo de los demás. Porque el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.

Los siete y ocho ayes son una denuncia dolorosa contra los líderes del judaísmo; el “ay” es una expresión de lamento. Expresa la profunda pena que el Señor siente ante su perversidad y los efectos en la gente. Los ayes son, a la vez, una advertencia sobre las consecuencias inevitables de las acciones de un liderazgo que ha perdido la brújula, que ha traicionado su llamado y abusado de su poder para beneficio personal. “¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Les cierran a los demás el reino de los cielos, y ni entran ustedes ni dejan entrar a los que intentan hacerlo” (Mateo 23:13).

El primer ay:

Este acusa a los líderes que, con sus acciones, cierran las puertas del reino a otros. Ni ellos entran, y además bloquean el acceso a quienes podrían hacerlo. En parte, esto se debe a su legalismo, la llamada “tradición de los ancianos”, que con sus múltiples reglas hacen imposible su cumplimiento. También se refiere a su pésimo ejemplo, que impide a otros querer seguir semejante camino. Se cuenta la historia de un indígena que, antes de ser ejecutado, se le urgía ser bautizado para entrar al cielo. Y él preguntó: ¿Estarán en el cielo los que me han condenado? Le contestaron que por supuesto. Entonces les dijo: si ellos estarán allí, prefiero no ir a ese cielo.

“¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Recorren tierra y mar para ganar un solo adepto, y cuando lo han logrado lo hacen dos veces más merecedor del infierno que ustedes” (Mateo 23:15).

El segundo ay:

Los líderes judíos eran proselitistas: Hacían todo lo que era posible para ganar adeptos a su religión, al igual que los evangélicos. Sus conductas personales habían dado lugar también a grupos sociales que imitaban a sus líderes, formando comunidades complacientes, enfermas y que enfermaban a otros, que en nada ayudaban a sus miembros.

“¡Ay de ustedes, guías ciegos!, que dicen: Si alguien jura por el templo, no significa nada; pero si jura por el oro del templo, queda obligado por su juramento” (Mateo 23:16).

El tercer ay:

En sus elucubraciones teológicas hacían distinciones inútiles que mostraban su estupidez y falta de discernimiento, con tal de sacarle dinero y ofrendas a la gente. Las prácticas de diezmo, ofrendas y regalos costosos para la familia del pastor o pastora son comunes hoy en día. Los líderes tuercen el texto bíblico con promesas ilusorias para esta vida o la venidera, con tal de enriquecerse y mantener su estructura religiosa. Otras denominaciones y organizaciones paraeclesiásticas, más organizadas y con técnicas semejantes, mantienen burocracias que viven muy bien gracias a que pueden explotar a los creyentes con sus agencias “misioneras”, o bien se aprovechan de la miseria y pobreza humanas y viven lujosa y cómodamente gracias a sus agencias de beneficencia y supuesta ayuda a los pobres e inmigrantes. Y claro, siempre cuentan con textos bíblicos y hasta teologías bien articuladas para legitimar su empresa.

¡Ay  de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Dan la décima parte de sus especias: la menta, el anís y el comino. Pero han descuidado los asuntos más importantes de la ley, tales como la justicia, la misericordia y la fidelidad. Debían haber practicado esto sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos! Cuelan el mosquito pero se tragan el camello (Mateo 23:23-24).

El cuarto ay:

Cuando en las iglesias se pone más énfasis en lo ritual y ceremonial por encima del cuidado y bienestar de las personas se cae en esta descripción. Y, con pocas excepciones, este es el caso de nuestras iglesias. Rara vez nos ocupamos de los temas de justicia ausentes en nuestras iglesias y la sociedad en que vivimos. La misericordia hacia quienes sufren violencia es escasa; la fidelidad y verdad han sido desterradas de comunidades donde se mide la espiritualidad por los diezmos y ofrendas, por la asistencia a los cultos y participación en las diversas actividades de la iglesia, incluido el proselitismo. 

¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Limpian el exterior del vaso y del plato, pero por dentro están llenos de robo y de desenfreno. ¡Fariseo ciego! Limpia primero por dentro el vaso y el plato, y así quedará limpio también por fuera.

¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que son como sepulcros blanqueados. Por fuera lucen hermosos pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre.  Así también ustedes, por fuera dan la impresión de ser justos pero por dentro están llenos de hipocresía y de maldad (Mateo 23:25-28).

El quinto y sexto ay:

Tienen en común el tema de la hipocresía. Cuidar la apariencia exterior sin ocuparse de cultivar y transformar el interior, el corazón.

¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Construyen sepulcros para los profetas y adornan los monumentos de los justos. Y dicen: “Si hubiéramos vivido nosotros en los días de nuestros antepasados, no habríamos sido cómplices de ellos para derramar la sangre de los profetas”. Pero así quedan implicados ustedes al declararse descendientes de los que asesinaron a los profetas. ¡Completen de una vez por todas lo que sus antepasados comenzaron! (Mateo 23.29-32).

El séptimo ay:

Es una condena de la manera en que “honramos” la memoria de las personas víctimas de la intolerancia y violencia eclesiásticas. Una práctica permanente en las iglesias. El judaísmo únicamente perpetuó lo que se había hecho con los profetas de antaño. Asesinó a Jesús y luego a sus discípulos.

La “Santa Inquisición” que las iglesias han continuado por siglos (católica, protestante y evangélica), sigue siendo una horrenda realidad hasta hoy. Las heterodoxias y cualquier pensamiento o práctica que se consideren una amenaza al status quo y a los privilegios económicos de quienes ostentan el poder eclesiástico o político, son siempre sofocadas y reprimidas en nombre de la “sana doctrina” o, si se trata del mundo político, invocan la “seguridad nacional”.   

“¡Serpientes! ¡Camada de víboras! ¿Cómo escaparán ustedes de la condenación del infierno?” (Mateo 23:33).

“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como reúne la gallina a sus pollitos debajo de sus alas, pero no quisiste!”(Mateo 23:37).

Una generación religiosa y homicida es calificada como una “¡Camada de víboras!”, expresión que describe su capacidad para esparcir veneno y su astucia para esconderse, escapar del peligro o para acechar a sus víctimas.

La historia de las iglesias cristianas está anegada de sangre. Cuando se ha aliado con los poderes políticos, la cristiandad ha usado el poder policial-militar contra quienes percibe como sus enemigos. Cuando se da ese matrimonio entre religión y Estado nos enfrentamos a uno de los peores enemigos de la humanidad. Los genocidios perpetrados en las colonias de los imperios europeos, el actual genocidio en Gaza y otras campañas de exterminio, tanto dentro como fuera de nuestros países, siguen siendo una amenaza a todas las naciones, en especial para sus minorías. Ya no se trata de defender los derechos humanos; es necesario defender la vida. “¿Cómo escaparán de la condenación del infierno?” (Mateo 23:33).

Levantar la voz y actuar con justicia, misericordia y fidelidad son urgentes ante la emergencia de dictaduras instauradas en muchos países por los señores del capital.

Levantar la voz y actuar con justicia, misericordia y fidelidad son urgentes ante la emergencia de dictaduras instauradas en muchos países por los señores del capital. El arribo al poder de evangélicos que defienden a capa y espada (literalmente) la supremacía blanca o sus valores conservadores es una amenaza real para las minorias. Las iglesias deben ser un bastión, refugio y santuario para quienes son las víctimas de esos sistemas autoritarios. Construir refugios sociales y lugares de asilo para proteger a todas las personas es tarea urgente para quienes somos seguidores de Jesús.

Domingo de Ramos (13 de abril): ¡Hosanna, sálvanos ahora!

Semana Santa: La Pasión

La entrada triunfal

Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagué, al monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos con este encargo: «Vayan a la aldea que tienen enfrente, y ahí mismo encontrarán una burra atada, y un burrito con ella. Desátenlos y tráiganmelos. Si alguien les dice algo, díganle que el Señor los necesita, pero que ya los devolverá.» Esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por el profeta:«Digan a la hija de Sión: “Mira, tu rey viene hacia ti, humilde y montado en un burro, en un burrito, cría de una bestia de carga”. »

Los discípulos fueron e hicieron como les había mandado Jesús. Llevaron la burra y el burrito, y pusieron encima sus mantos, sobre los cuales se sentó Jesús. Había mucha gente que tendía sus mantos sobre el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las esparcían en el camino. Tanto la gente que iba delante de él como la que iba detrás, gritaba:

—¡Hosanna al Hijo de David!
—¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!
—¡Hosanna en las alturas!
Cuando Jesús entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió. —¿Quién es éste? —preguntaban.
—Éste es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea —contestaba la gente (Mateo 21:1-11).

La entrada de Jesús a Jerusalén tiene mucho que enseñarnos hoy. Ante las expectativas de la gente, Jesús entra a la ciudad con humildad. Sus mismas acciones, como el hecho de entrar montado en un burrito, son una lección objetiva y actuada sobre la naturaleza de quien “no vino para ser servido, sino para servir”. Ya antes se había descrito a sí mismo como aquel que “es apacible y humilde de corazón” (Mt 11:29). Pero los discípulos no lo entendían.

Las multitudes querían a un “hijo de David” que, como él, las librara del poder del imperio y de sus enemigos. Si bien Jesús busca una liberación total de los poderes que subyugaban y explotaban a su pueblo, el camino que él sigue es distinto, alternativo al de las expectativas populares. Es un camino doloroso pero efectivo; no es inmediato, pero sí logrará sus metas. Su camino debe pasar por la cruz, pero de allí lo llevará a la victoria.

En esta semana santa, iniciemos rogando al Señor: ¡Hosanna, sálvanos ahora!, ante las amenazas reales contra la vida y el bienestar de las minorías. ¡Que el rey humilde nos ayude en la hora de las tinieblas!

Lunes antes de la Pascua 

La fe necesaria para resistir en la hora de las tinieblas, y el juicio ante la esterilidad

Se seca la higuera

Muy de mañana, cuando volvía a la ciudad, tuvo hambre.  Al ver una higuera junto al camino, se acercó a ella, pero no encontró nada más que hojas.
—¡Nunca más vuelvas a dar fruto! —le dijo.
Y al instante se secó la higuera.  Los discípulos se asombraron al ver esto. —¿Cómo es que se secó la higuera tan pronto? —preguntaron ellos.
—Les aseguro que si tienen fe y no dudan —les respondió Jesús—, no sólo harán lo que he hecho con la higuera, sino que podrán decirle a este monte: “¡Quítate de ahí y tírate al mar!”, y así se hará. Si ustedes creen, recibirán todo lo que pidan en oración (Mateo 21:18-22).

La higuera representa a Israel, una nación que no da los frutos esperados por Dios. Isaías, por ejemplo, usó esa metáfora para hablar de la esterilidad de la nación en su famoso canto de la viña (Isaías 5:1-7). Describe todos los cuidados que Dios ha tenido para hacerla fructífera y concluye diciendo: “La viña del Señor Todopoderoso es el pueblo de Israel; los hombres de Judá son su huerto preferido. Él esperaba justicia, pero encontró ríos de sangre; esperaba rectitud, pero encontró gritos de angustia”.

Exactamente la manera en que Jesús acusó a los líderes religiosos de sus días: “han descuidado los asuntos más importantes de la ley, tales como la justicia, la misericordia y la fidelidad” (Mateo 23:23).

Jesús se acerca a la higuera y la maldice porque la encuentra sin higos. A primera vista, parece un acto arbitrario, pero en el contexto del evangelio de Mateo recordamos que hay algo más profundo: la higuera representa a un pueblo estéril. Ya Juan el Bautista lo había declarado en esos términos (Mt 3:10 y 12). Jesús lo hizo con frecuencia (Mt 7:16-20; 12:33-34; 20:1-16, parábola de la viña; 21:33-46 otra parábola de los viñadores malvados). Así lo denuncia gráficamente en el capítulo 23.

Con esta acción, Jesús no solo denuncia la esterilidad de la nación del pacto, sino también el juicio que se le aproxima. Son palabras que nos deben alertar también a nosotros.

La justicia, la misericordia y la fidelidad, como frutos del Reino que el Señor espera, no tienen que ver con cultos gloriosos, liturgias conmovedoras e iglesias llenasTienen que ver con las acciones que imitan a Jesús y dignifican a todas las personas sin distinciones; estas buscan que en nuestra sociedad se creen sistemas de justicia parejos para todos y todas y que la misericordia sea una constante ante las constantes situaciones de violencia. Recordemos Mateo 25:31-46:“Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aún por el más pequeño, lo hicieron por mí”.

Martes antes de la Pascua: Las controversias de Jesús

Darle a Dios lo que es de Dios

El pago de impuestos al césar

Entonces salieron los fariseos y tramaron cómo tenderle a Jesús una trampa con sus mismas palabras. Enviaron algunos de sus discípulos junto con los herodianos, los cuales le dijeron:

—Maestro, sabemos que eres un hombre íntegro y que enseñas el camino de Dios de acuerdo con la verdad. No te dejas influir por nadie porque no te fijas en las apariencias. Danos tu opinión: ¿Está permitido pagar impuestos al césar o no?
Conociendo sus malas intenciones, Jesús replicó:
—¡Hipócritas! ¿Por qué me tienden trampas? Muéstrenme la moneda para el impuesto.
Y se la enseñaron.
—¿De quién son esta imagen y esta inscripción? —les preguntó.
—Del césar —respondieron.
—Entonces denle al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios.
Al oír esto, se quedaron asombrados. Así que lo dejaron y se fueron (Mateo 22:15-22).

En su semana final en Jerusalén, Jesús fue cuestionado por los líderes religiosos y también él los cuestionó (Mateo 21-23). Para el día de hoy consideraremos una de esas controversias.

Los fariseos ponen a prueba a Jesús con una pregunta astuta sobre un tema delicado: el pago de impuestos, que era altamente impopular entre las multitudes.

Si Jesús hubiera dicho que sí, su popularidad habría decaído de inmediato, pues sería visto como un colaboracionista más con el imperio. Sin embargo, muestran su hipocresía porque, de hecho, sacerdotes y fariseos, junto con todo el sistema religioso judaico, se aseguraban que se pagaran impuestos a Roma.

Si Jesús hubiera dicho que no, fácilmente lo podrían haber acusado como rebelde y enemigo del imperio, como de hecho lo hicieron al señalarlo como autoproclamado “rey de los judíos”, como dice Lucas:

Así que la asamblea en pleno se levantó, y lo llevaron a Pilato. Y comenzaron la acusación con estas palabras: —Hemos descubierto a este hombre agitando a nuestra nación. Se opone al pago de impuestos al emperador y afirma que él es el Cristo, un rey (Lucas 23:1-2).

El tema del impuesto tenía que ver con la subyugación del pueblo, era una forma clara de establecer la autoridad de Roma. Representaba una muestra de lealtad última, ya fuera al imperio o a su propia nación. Tanto aquellos que se oponían a pagar impuestos (zelotes) como los que los pagaban (los herodianos y todos los demás), usaban la misma moneda para todas sus transacciones, es decir, estaban todos bajo el sistema económico del imperio. La disyuntiva propuesta a Jesús no abordaba el verdadero asunto de fondo.

Jesús no cae en la trampa; más bien, les hace ver un tema que está en el fondo de la cuestión. Les pidió que le mostraran la moneda (un denario) y les preguntó de quién era la imagen. César había emitido monedas con su propia imagen. Al hacerlo, transmitía un mensaje de propiedad sobre la riqueza, era una forma de decir: “todo lo que lleva mi imagen me pertenece”. Cada uno de los césares puso su imagen en las monedas.

Jesús responde: Si eso es todo lo que le pertenece a César, deben dárselo. Ese es su poder …y su límite. La respuesta de Jesús es, en realidad, una forma de sarcasmo. Las riquezas del imperio, representadas por esa moneda, son todo lo que el imperio tiene.

Pero a Dios se le debe dar lo que lleva su imagen: todas las personas creadas a imagen de Dios. Ellas le pertenecen a su creador. La lealtad última de todo ser humano se debe a Dios. No hay manera de dividir su lealtad entre dos reinos: el de Mamón y el de Dios (ver Mt 6:19-24). De esta manera, Jesús relativiza el poder y las pretensiones de César y pone énfasis en devolverle a Dios lo que es suyo: nuestro ser, creado a imagen de Dios.

Nosotros, que vivimos en sociedades donde los poderes económicos del mundo gobiernan la política, la religión y la vida social, hemos de mantener nuestra lealtad al verdadero Señor de la vida y la historia. No claudiquemos.   

Miércoles antes de la Pascua 

En memoria de ella (Elizabeth S. Fiorenza) [1]

La conspiración contra Jesús

Después de exponer todas estas cosas, Jesús les dijo a sus discípulos: «Como ya saben, faltan dos días para la Pascua, y el Hijo del hombre será entregado para que lo crucifiquen.»

Se reunieron entonces los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo en el palacio de Caifás, el sumo sacerdote, y con artimañas buscaban cómo arrestar a Jesús para matarlo. «Pero no durante la fiesta —decían—, no sea que se amotine el pueblo» (Mateo 26:1-5).

Una mujer unge a Jesús en Betania

Estando Jesús en Betania, en casa de Simón llamado el Leproso, se acercó una mujer con un frasco de alabastro lleno de un perfume muy caro, y lo derramó sobre la cabeza de Jesús mientras él estaba sentado a la mesa. Al ver esto, los discípulos se indignaron.

—¿Para qué este desperdicio? —dijeron—. Podía haberse vendido este perfume por mucho dinero para darlo a los pobres. Consciente de ello, Jesús les dijo:

—¿Por qué molestan a esta mujer? Ella ha hecho una obra hermosa conmigo. A los pobres siempre los tendrán con ustedes, pero a mí no me van a tener siempre. Al derramar ella este perfume sobre mi cuerpo, lo hizo a fin de prepararme para la sepultura. Les aseguro que en cualquier parte del mundo donde se predique este evangelio, se contará también, en memoria de esta mujer, lo que ella hizo (Mateo 26:6-13).

Judas acuerda traicionar a Jesús

Uno de los doce, el que se llamaba Judas Iscariote, fue a ver a los jefes de los sacerdotes.

—¿Cuánto me dan, y yo les entrego a Jesús? —les propuso.

Decidieron pagarle treinta monedas de plata. Y desde entonces Judas buscaba una oportunidad para entregarlo (Mateo 26:14-16).

Este pasaje ilustra muy bien lo aprendido en la reflexión de ayer sobre lo que significa poner a Jesús antes que al dinero. También lo vemos en el contraste entre la mujer que derramó el caro perfume sobre la cabeza de Jesús y la traición de Judas, quien venció a su maestro por treinta monedas de plata. En este pasaje podemos ver con claridad dónde reside la lealtad última a Jesús y su reino.

En el contexto de la confabulación del liderazgo judío para matar a Jesús, que Judas finalmente ayudará a concretar por treinta monedas de plata, encontramos el pasaje de la mujer que ungió a Jesús. En medio de dos pasajes en los que los jefes de los sacerdotes y los ancianos quieren asesinar a Jesús, y la traición de Judas, Mateo ha puesto la historia de esta mujer, quien es modelo de discipulado. Que esta reflexión sirva en memoria de ella, como lo quiso Jesús.

Es notable que, en Mateo, las mujeres son mencionadas como ejemplos notables de fe y entrega total a Jesús, con un discernimiento y entrega superiores a los apóstoles, incluso en medio de las difíciles circunstancias en que se encontraban.

Mateo inicia su lista de mujeres ejemplares con la genealogía (1:1-16), donde Tamar, Rahab, Rut, Betsabé y María son modelos de la justicia del reino. Luego nos presenta a la mujer con hemorragia (9:20-22), la mujer cananea cuya fe es enorme (15:21-28) y a muchas mujeres leales ante la cruz, entre ellas María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo (27:55). Luego, ante el sepulcro encontramos a María Magdalena y la otra María (madre de Jacobo y José 27:61). Finalmente, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro, recibieron la buena noticia de la resurrección de Jesús y fueron las primeras portadoras designadas a dar la buena noticia a los discípulos (28:1-10). El contraste de ellas con los apóstoles de Jesús es enorme.

La mujer de nuestro pasaje, como propone el Evangelio de Mateo. De Jesús a la Iglesia:

“es la primera y la mejor intérprete de Jesús, a diferencia de los discípulos que según Mateo 26:8-9 siguen pensando en clave de dinero. Ella es la discípula, amiga y maestra de Jesús, abriendo un camino de comprensión y expansión universal de su mensaje” (Pikaza, 2017, p.894, énfasis añadido).

Con una acción profética, la mujer unge a Jesús como rey (Jesús luego añade que es también para su sepultura, 26:12). Es una unción mesiánica que reconoce a Jesús como mesías. El discernimiento de ella, su entrega que no cuenta el costo y su sencillez y humildad, encarnan lo que Jesús ha señalado como las características de un discípulo.

Jesús reconoce las acciones de esta mujer, la honra, la empodera y la convierte en un modelo que se ha de recordar como parte integral del mensaje del evangelio (v.13).

En esta Semana de la Pasión, recordemos y honremos la entrega de las discípulas de Jesús en nuestras iglesias.

Jueves Santo: La Santa Cena

En medio de la comunión, la traición

La Cena del Señor

El primer día de la fiesta de los Panes sin levadura, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: —¿Dónde quieres que hagamos los preparativos para que comas la Pascua?

Él les respondió que fueran a la ciudad, a la casa de cierto hombre, y le dijeran: «El Maestro dice: “Mi tiempo está cerca. Voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”.» Los discípulos hicieron entonces como Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.  Al anochecer, Jesús estaba sentado a la mesa con los doce. Mientras comían, les dijo: —Les aseguro que uno de ustedes me va a traicionar. Ellos se entristecieron mucho, y uno por uno comenzaron a preguntarle: —¿Acaso seré yo, Señor? —El que mete la mano conmigo en el plato es el que me va a traicionar —respondió Jesús—. A la verdad el Hijo del hombre se irá, tal como está escrito de él, pero ¡ay de aquel que lo traiciona! Más le valdría a ese hombre no haber nacido.

—¿Acaso seré yo, Rabí? —le dijo Judas, el que lo iba a traicionar.

—Tú lo has dicho —le contestó Jesús.  Mientras comían, Jesús tomó pan y lo bendijo. Luego lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciéndoles: —Tomen y coman; esto es mi cuerpo. Después tomó la copa, dio gracias, y se la ofreció diciéndoles: —Beban de ella todos ustedes. Esto es mi sangre del pacto, que es derramada por muchos para el perdón de pecados. Les digo que no beberé de este fruto de la vid desde ahora en adelante, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el reino de mi Padre. Después de cantar los salmos, salieron al monte de los Olivos (Mateo 26:17-30).

Entramos a un lugar y tiempo sagrados; debemos quitar las sandalias de nuestros pies. La Cena es la expresión máxima de fraternidad, de sororidad, y familiaridad. Es un tiempo de íntima comunión, de plena aceptación de los demás.

En ese contexto, la traición de Judas ensombrece la celebración. La tristeza de Jesús y de sus discípulos se añade a ese momento.

Esta celebración de la Pascua judía es resignificada por Jesús. Y en la explicación de Jesús, la entrega de su cuerpo y su sangre, su muerte, ocupa el lugar central. Su muerte vicaria, ofrecida para el perdón de nuestros pecados, ha de ser motivo de profunda gratitud y entrega al Señor, quien dio su vida por nosotras y nosotros.

Esta cena es también una anticipación de la que se celebrará en el reino del Padre. Anticipa la gran Cena que hemos de celebrar con el Señor cuando Él vuelva.   

Al celebrar hoy la Cena del Señor recordemos su significado, avivemos nuestra esperanza y vivámosla sirviendo al Señor cada día.

Viernes Santo antes de la Pascua: La Crucifixión

La muerte de la muerte en la muerte de Jesús

Muerte de Jesús

Desde el mediodía y hasta la media tarde toda la tierra quedó en oscuridad. Como a las tres de la tarde, Jesús gritó con fuerza:

—Elí, Elí, ¿lama sabactani? (que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”).

Cuando lo oyeron, algunos de los que estaban allí dijeron:

—Está llamando a Elías.

Al instante uno de ellos corrió en busca de una esponja. La empapó en vinagre, la puso en una caña y se la ofreció a Jesús para que bebiera.  Los demás decían:

—Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.

Entonces Jesús volvió a gritar con fuerza, y entregó su espíritu.

En ese momento la cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. La tierra tembló y se partieron las rocas. Se abrieron los sepulcros, y muchos santos que habían muerto resucitaron. Salieron de los sepulcros y, después de la resurrección de Jesús, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos.

Cuando el centurión y los que con él estaban custodiando a Jesús vieron el terremoto y todo lo que había sucedido, quedaron aterrados y exclamaron:

—¡Verdaderamente éste era el Hijo de Dios!

Estaban allí, mirando de lejos, muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle. Entre ellas se encontraban María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo (Mateo 27:45-56).

Jesús fue crucificado por los poderes de su tiempo: el poder religioso-político del judaísmo y el poder político del Imperio romano. Sin embargo, su violencia demostró su impotencia para contener a Jesús.

Su agonía y muerte son una muestra clara y contundente de su humanidad.  Como antes en Getsemaní (26:36-46), Jesús clama a su Padre. Allí rogaba que Dios lo librara de la muerte; en el Gólgota reclama por el abandono de Dios que experimenta en su hora final, cuando la muerte respira en su rostro. El siguiente texto de la carta a los Hebreos lo describe así:

En los días de su vida mortal, Jesús ofreció oraciones y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su reverente sumisión. Aunque era Hijo, mediante el sufrimiento aprendió a obedecer; y consumada su perfección, llegó a ser autor de salvación eterna para todos los que le obedecen, y Dios lo nombró sumo sacerdote según el orden de Melquisedec (Hebreos 5:7-10).

Llega el momento de su muerte y, con un fuerte grito, entregó su espíritu. Mateo enumera los frutos de la muerte de Jesús:

  1. La cortina del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El camino al Lugar Santísimo, a la presencia de Dios, quedó descubierto. Según Hebreos, Cristo entró en la misma presencia de Dios, representándonos por medio de su propia sangre y muerte.

Tenemos como firme y segura ancla del alma una esperanza que penetra hasta detrás de la cortina del santuario, hasta donde Jesús, el precursor, entró por nosotros, llegando a ser sumo sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec (Hebreos 6:19-20)

Cristo, por el contrario, al presentarse como sumo sacerdote de los bienes definitivos en el tabernáculo más excelente y perfecto, no hecho por manos humanas (es decir, que no es de esta creación), entró una sola vez y para siempre en el Lugar Santísimo. No lo hizo con sangre de machos cabríos y becerros, sino con su propia sangre, logrando así un rescate eterno. (Hebreos 9:11-12).

  1. La vida venció a la muerte. En el momento de la muerte de Jesús, la vida brota, la tierra se conmociona y de los sepulcros salen santos que habían muerto. Además, “Hubo un temblor, se partieron las rocas, se abrieron los sepulcros, y muchos santos que habían muerto resucitaron. Salieron de los sepulcros y después de la resurrección de Jesús, entraron en la ciudad santa y aparecieron a muchos” ( Mateo 27: 52-53).

Nuevamente, Hebreos subraya la importancia de la humanidad de Jesús. Debía ser hombre, pues sólo así pudo anular al que tenía el poder de la muerte y liberarnos del temor de ella:

Por tanto, ya que ellos son de carne y hueso, él también compartió esa naturaleza humana para anular, mediante la muerte, al que tiene el dominio de la muerte —es decir, al diablo—, y librar a todos los que por temor a la muerte estaban sometidos a esclavitud durante toda la vida (Hebreos 2:14-15).

  1. La confesión del centurión y los que con él estaban: “—¡Verdaderamente éste era el Hijo de Dios!” (Mateo 27:54).

La muerte de Jesús también da fruto en la confesión del centurión. Los hechos portentosos que rodearon la muerte de Jesús, signo de su debilidad e impotencia, son, sin embargo, muestra de su poder redentor. El centurión confiesa que Jesús es el Hijo de Dios.

  1. Mateo también menciona a las mujeres fieles que sirvieron a Jesús, como testimonio de su amor y entrega. Ellas, no los discípulos, acompañan a Jesús en los momentos críticos y terribles de su agonía y muerte: “Estaban allí, mirando de lejos, muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle. Entre ellas se encontraban María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo” (Mateo 27:55-56).

Con su muerte, Jesús venció de una vez por todas a la muerte. En el desierto surgió la vida. Los muertos resucitaron como primicias de lo que acontecerá el día final. Las mujeres fueron fieles hasta el último momento. Tenemos una firme esperanza.            

Vigilia de Pascua: El Sábado de Gloria

Ya nada detiene la llegada de la nueva vida

La guardia ante el sepulcro

Al día siguiente, después del día de la preparación, los jefes de los sacerdotes y los fariseos se presentaron ante Pilato.
—Señor —le dijeron—, nosotros recordamos que mientras ese engañador aún vivía, dijo: “A los tres días resucitaré”. Por eso, ordene usted que se selle el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos, se roben el cuerpo y le digan al pueblo que ha resucitado. Ese último engaño sería peor que el primero.
—Llévense una guardia de soldados —les ordenó Pilato—, y vayan a asegurar el sepulcro lo mejor que puedan.
Así que ellos fueron, cerraron el sepulcro con una piedra, y lo sellaron; y dejaron puesta la guardia (Mateo 27:62-66).

Nuevamente, los señores de este mundo unen fuerzas y recursos para evitar mayores problemas. Aparentemente, han consumado su plan. Ahora quieren asegurarse de que todo haya quedado allí. Tres veces, en este breve episodio se repite la frase “sellar el sepulcro”. Esa era su gran preocupación. Ellos han oído que Jesús había hablado de su resurrección (vv.63-64).

“Pueden cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera” (Pablo Neruda). 

Los fútiles intentos de quienes asesinaron a Jesús resultan risibles ante lo que ya ha empezado a suceder, ante los frutos presentes de su muerte. Ya no pueden hacer nada para detener la vida.

Los que resucitaron el día anterior esperan para mostrarse el día siguiente, cuando Jesús resucitará. Y nosotros también.
 


[1] Schüssler Fiorenza, E. En memoria de ella: Una reconstrucción feminista de los orígenes cristianos, 1983.