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April 22, 2025

El reino al revés que Jesús ha inaugurado, el jubileo, demanda de nosotras y nosotros que le seguimos, un estilo de vida que, desde sus comienzos en la conversión, dé frutos que muestren nuestro arrepentimiento. En el trato a las mujeres y en el desempeño de nuestra profesión, nuestra vida debe ser una clara evidencia de que seguimos a Jesús.

Introducción a las reflexiones de este mes

                   El evangelio de Lucas-Hechos nos narra que Jesús “durante cuarenta días se les apareció y les habló acerca del reino de Dios” (Hechos 1:3). Este mes exploraremos y propondremos una serie de mensajes sobre el tema del Reino de Dios, como se describe en el Evangelio de Lucas que efectivamente es un reino al revés (Donald B. Kraybill), o el “gran vuelco” (Justo L. González) o como lo describe Eduardo Galeano “el mundo patas arriba”.

Tercer domingo después de la Pascua (4 de mayo)

Metanoia, un cambio radical en la forma de vivir en las relaciones sociales (Lucas 3:3, 7-14)

Juan recorría toda la región del Jordán predicando el bautismo de arrepentimiento para el perdón de pecados (Lucas 3:3).

Muchos acudían a Juan para que los bautizara.

        —¡Camada de víboras! —les advirtió—. ¿Quién les dijo que podrán escapar del castigo que se acerca? Produzcan frutos que demuestren arrepentimiento. Y no se pongan a pensar: “Tenemos a Abraham por padre”. Porque les digo que aun de estas piedras Dios es capaz de darle hijos a Abraham.  Es más, el hacha ya está puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no produzca buen fruto será cortado y arrojado al fuego (Lucas 3:7-9). 

              La presencia del reino de Dios en nuestro mundo demanda un genuino arrepentimiento o metanoia (cambio en la forma de pensar y actuar). No hay forma en que podamos entrar al reino sin un cambio genuino de vida.

              Uno de los obstáculos que el Bautista percibe en sus oyentes es la falsa seguridad en la salvación: “Tenemos a Abraham por padre”. Los israelitas, en aquellos días, estaban seguros de que por ser descendientes de Abraham tenían garantizada la entrada al reino. Era una falsa seguridad. Hoy en día se encuentra con frecuencia esa misma realidad. Confiamos en que por haber aceptado a Jesús en nuestro corazón ya tenemos garantizada nuestra salvación sin importar cómo vivimos en nuestras relaciones con los demás. Es la gracia barata de la que hablaba Bonhoeffer. Algunos confían en que han recibido los sacramentos o en que dan dinero a la iglesia y el predicador les ha garantizado que tendrán una mansión en el cielo.

           Juan les aclara que deben producir “frutos que demuestren arrepentimiento”, deben dar buenos frutos. Es el estilo de vida, la manera en que se comportan en sus relaciones sociales y profesionales, lo que muestra de manera palpable su arrepentimiento.

De otra manera, tarde o temprano, el juicio de Dios nos alcanzará. Como decía Juan: “el hacha ya está puesta a la raíz de los árboles”.

—¿Entonces qué debemos hacer? —le preguntaba la gente.

—El que tiene dos camisas debe compartir con el que no tiene ninguna —les contestó Juan—, y el que tiene comida debe hacer lo mismo. 

Llegaron también unos recaudadores de impuestos para que los bautizara.

—Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros? —le preguntaron.

—No cobren más de lo debido —les respondió.  —Y nosotros, ¿qué debemos hacer? —le preguntaron unos soldados.

—No extorsionen a nadie ni hagan denuncias falsas; más bien confórmense con lo que les pagan (Lucas 3:10-14). 

Ante la pregunta de la gente, Juan enumera algunos ejemplos de lo que significa dar frutos que demuestran nuestro arrepentimiento:

  1. Compartir con aquellos que carecen de lo básico para la vida: comida y vestido. Eso es una muestra concreta de que estamos viviendo el jubileo del reino de Dios, inaugurado por Jesús.
  2. A los recaudadores de impuestos, Juan los llama a ser honestos en su profesión: “No cobren más de lo debido”. Así, el Bautista pone delante de nosotros la demanda de prácticas honestas en el desempeño de nuestra profesión.

    ¿Cómo evitar esas maneras fáciles de enriquecerse, usando el puesto y aprovechando la ignorancia de la gente para obtener un ingreso indebido? Esto sucede en las iglesias, en escuelas, en el comercio, los puestos burocráticos y políticos.

  3. A los soldados les pide que eviten la corrupción, endémica en su sociedad y en las nuestras: “No extorsionen a nadie ni hagan denuncias falsas; más bien confórmense con lo que les pagan”. Juan condena el abuso de poder que las  personas con autoridad ejercen para sacarle dinero a la gente por la fuerza o mediante amenazas.  

El reino demanda, como puerta de entrada, una genuina conversión o cambio radical de la forma de pensar y de vivir. Hemos de pensar en la manera en que se manifiesta nuestra fe y seguimiento de Jesús en formas concretas: en nuestras relaciones con los necesitados y en el uso o abuso del poder en el ejercicio de nuestra ocupación. El reino de Dios se hace presente cuando renunciamos a los sistemas de corrupción y nos negamos a abusar del poder en el desempeño de nuestra profesión. ¿Realmente lo hacemos?

Cuarto domingo después de la Pascua (11 de mayo)

Día de la madre: Mujeres que servían a Jesús (Lucas 8:1-3)

Después de esto, Jesús estuvo recorriendo los pueblos y las aldeas, proclamando las buenas nuevas del reino de Dios. Lo acompañaban los doce,  y también algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malignos y de enfermedades: María, a la que llamaban Magdalena, y de la que habían salido siete demonios;  Juana, esposa de Cuza, el administrador de Herodes; Susana y muchas más que los ayudaban con sus propios recursos (Lucas 8:1-3).

Las mujeres como discípulas y protagonistas del Reino

Justo L. González ha mostrado que “de todo el Nuevo Testamento, son los de Lucas los que más se refieren a las mujeres y su lugar en la historia de la salvación” (p. 51). Ellas fueron una parte esencial en la proclamación de las buenas nuevas del reino de Dios.

           Efectivamente, encontramos en Lucas y Hechos que, en las narraciones del ministerio de Jesús, Lucas regularmente presenta episodios en los que mujeres y hombres aparecen juntos. Así, en el primer capítulo encontramos a Zacarías y Elisabet, María y José; el cántico de María y Zacarías; y a Ana y Simeón (2:21-40).  En su primer sermón, en la sinagoga de Nazaret, Jesús pone como ejemplo a la viuda de Sarepta (4:26); luego, Jesús sana a endemoniados y enfermos, y se singulariza la sanidad de la suegra de Pedro (4:38). La narración nos presenta dos sanidades realizadas por Jesús en sinagogas: la de un varón (6:1-11) y luego la de una mujer (13:10-17). Más adelante, Jesús sana al siervo del centurión y al hijo de la viuda de Naín (7:1-17). Al final del capítulo se presenta un fuerte contraste entre el fariseo que invitó a Jesús a cenar y la mujer pecadora que ungió y besó los pies de Jesús (7:36-50). En el capítulo 8, Jesús sana a la hija de Jairo y, en el camino, a la mujer con flujo de sangre (8:40-56). 

           En el capítulo 10 se presentan en paralelo el pasaje del buen samaritano (10:25-37) y la historia de Marta y María (10:38-42), donde María es modelo de discipulado. En el capítulo 13 hay dos parábolas, una sobre un varón y otra sobre una mujer (13:18-21). Luego, en el capítulo 15 hay dos parábolas, la de la oveja perdida (un hombre la busca 15:1-7), y la de la moneda que una mujer perdió en su casa (15:8-10). Después, en el capítulo 17, ante la inminencia del juicio final, hombres y mujeres se describen juntos ante tal acontecimiento (17:34-37). En el capítulo 18 una viuda es quien modela la oración insistente (18:1-8).  Al final, en el capítulo 21 se resalta el contraste entre los numerosos ricos que depositaban sus abundantes ofrendas en el templo y la mujer viuda y muy pobre que “echaba dos moneditas de cobre” (21:1-4).

           Son mujeres las que, con fidelidad y profundo dolor, acompañan a Jesús durante su muerte (23:27-29, 49, 55-56). Y son también las primeras que presencian la resurrección de Jesús (24:1-11) convirtiéndose en testigos de ella, en particular María Magdalena, Juana, María la madre de Jacobo, y las demás que las acompañaban.

Una mujer viuda y extremadamente pobre, modelo de discipulado y entrega ( Lucas 20:47-21:1-4)

Devoran los bienes de las viudas y a la vez hacen largas plegarias para impresionar a los demás. Éstos recibirán peor castigo (Lucas 20:47).

Jesús se detuvo a observar y vio a los ricos que echaban sus ofrendas en las alcancías del templo. También vio a una viuda pobre que echaba dos moneditas de cobre. —Les aseguro —dijo— que esta viuda pobre ha echado más que todos los demás. Todos ellos dieron sus ofrendas de lo que les sobraba; pero ella, de su pobreza, echó todo lo que tenía para su sustento (Lucas 21:1-4).

De todas las mujeres mencionadas en Lucas, esta es una historia que muestra con claridad el significado de la entrega a Jesús y a su reino: La viuda muy pobre.

Incluimos el último versículo del capítulo 20 porque nos provee una conexión de suma importancia:  “Devoran los bienes de las viudas y a la vez hacen largas plegarias para impresionar a los demás. Éstos recibirán peor castigo” (Lucas 20:47). 

           Muchas viudas eran víctimas del sistema religioso, en particular de los maestros de la ley. Estos tenían la tarea de dirimir asuntos legales de acuerdo con la ley de Dios, pero con frecuencia usaban su lugar privilegiado y su poder para apoderarse de los pocos recursos que tenían las mujeres que quedaban viudas. Les quitaban sus bienes o, como Jesús lo describe gráficamente: “devoran los bienes de las viudas”. Como fieras depredadoras, como un buitre ante la carroña, despojaban a las viudas de lo que tenían. 

           La conexión con el episodio del capítulo 21 sugiere que esta viuda pobre era una víctima más de aquella estructura religiosa, de las argucias legales que esos maestros de la ley usaban para robarles a las viudas el sustento que necesitaban para sobrevivir. 

           La palabra que se usa para calificar a la viuda describe a una persona que lucha duramente para sobrevivir. Es una persona extremadamente pobre, sin los recursos para el diario vivir y, en las condiciones de aquella sociedad, sus opciones para ganarse el sustento diario eran mínimas.

           Podemos imaginar su apariencia: reflejaba el dolor de la viudez, sin nadie cercano que la ayudara, con la rabia y la tristeza honda de haber perdido su casa por las triquiñuelas de los maestros de la ley, con hambre de pan y, sin embargo, con una profunda piedad. Va al templo a depositar su ofrenda: dos moneditas que no alcanzaban ni para comprar un pedazo de pan. Pero echó todo lo que tenía para su sustento.     

           Jesús observa a los ricos depositar sus ofrendas. Descubre que todos ellos dieron susofrendas de lo que les sobraba. Ella depositó una ínfima cantidad (equivalente a una cuarta parte de un centavo de dólar) pero era todo lo que tenía para su sostén. El contraste es agudo y muestra la genuina entrega a Dios y la total dependencia en la provisión de Dios. Ella encarna, como pocos de sus seguidores, lo que Jesús ya había enseñado antes:

No se preocupen por su vida, qué comerán; ni por su cuerpo, con qué se vestirán. La vida tiene más valor que la comida, y el cuerpo más que la ropa. Fíjense en los cuervos: no siembran ni cosechan, ni tienen almacén ni granero; sin embargo, Dios los alimenta. ¡Cuánto más valen ustedes que las aves! ¿Quién de ustedes, por mucho que se preocupe, puede añadir una sola hora al curso de su vida? Ya que no pueden hacer algo tan insignificante, ¿por qué se preocupan por lo demás? Fíjense cómo crecen los lirios. No trabajan ni hilan; sin embargo, les digo que ni siquiera Salomón, con todo su esplendor, se vestía como uno de ellos. Si así viste Dios a la hierba que hoy está en el campo y mañana es arrojada al horno, ¡cuánto más hará por ustedes, gente de poca fe! Así que no se afanen por lo que han de comer o beber; dejen de atormentarse. El mundo pagano anda tras todas estas cosas, pero el Padre sabe que ustedes las necesitan. Ustedes, por el contrario, busquen el reino de Dios, y estas cosas les serán añadidas (Lucas 12:22-31).

           Esta mujer viuda y pobre mostró con sus acciones su confianza en Dios. En contraste con los maestros de la ley saqueadores y los ricos que depositaban de lo que les sobraba, ella entregó todo su sustento. Insuficiente para comprar un mendrugo de pan, pero de alta estima para el Señor. No es la cantidad sino la entrega total lo que cuenta ante Dios.      

           No nos debe sorprender que de inmediato Jesús anuncie la destrucción del templo (Lucas 21:5-36). Una religión y un sistema religioso que eran nefastos para las grandes mayorías, en especial para los más pobres, tenían que ser eliminados y sustituidos por una comunidad de fe que viviera el jubileo en su plenitud.

           En nuestras iglesias y comunidades hay muchas mujeres como la viuda pobre: mujeres que ante sistemas religiosos que les quitan lo poco que tienen, cada día luchan por tener lo indispensable para vivir y sostener a su familia. Mujeres que sufren la pobreza y la violencia de pandillas en sus países, y que tienen que emigrar a otras tierras para sostener a sus hijos e hijas; que padecen la violencia de sus gobiernos, que amenazan con deportarlas; la opresión y abuso de sus patrones, quienes las explotan y violan para que puedan tener un trabajo; mujeres que sufren violencia doméstica, entre otras formas de opresión.

           Nuestras iglesias deben aprender a honrar y dignificar a estas mujeres. ¡Qué bueno que en el Día de las Madres podemos reconocerlas y agasajarlas! Pero nuestro reconocimiento debe extenderse al resto del año. Así como ellas sufren cada día los sistemas de opresión, debemos acompañarlas en su lucha por justicia y por el derecho a la vida.

 

Nuestras iglesias deben aprender a honrar y dignificar a las mujeres. ¡Qué bueno que en el Día de las Madres podemos reconocerlas y agasajarlas! Pero nuestro reconocimiento debe extenderse al resto del año. 

 
Quinto domingo después de la Pascua (18 de mayo)

Inicio del año del Jubileo, año del favor de Dios para todas y todos (Lucas 4:14-30)

Este pasaje sobre el primer sermón de Jesús en su pueblo, Nazaret, es crucial en todo el Evangelio de Lucas. Describe, a la luz de la profecía de Isaías, la llegada e inauguración del jubileo: un tiempo de buenas noticias para los pobres, libertad de la opresión y vista renovada para los ciegos. Jesús ha venido a iniciar un jubileo que comienza en su pueblo, pero que ha de extenderse a todas las naciones.

“Jesús regresó a Galilea en el poder del Espíritu, y se extendió su fama por toda aquella región. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo admiraban” (Lucas 4:14- 15).

Debemos notar el tono positivo sobre la manera en que su mensaje era recibido, al menos inicialmente. Como podemos ver en el versículo 22, la gente recibió muy bien, en un principio, el breve comentario de Jesús. 

Fue a Nazaret, donde se había criado, y un sábado entró en la sinagoga, como era su costumbre. Se levantó para hacer la lectura,  y le entregaron el libro del profeta Isaías. Al desenrollarlo, encontró el lugar donde está escrito:

El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos,  a pregonar el año del favor del Señor.

Luego enrolló el libro, se lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos los que estaban en la sinagoga lo miraban detenidamente,  y él comenzó a hablarles: Hoy se cumple esta Escritura en presencia de ustedes.

Todos dieron su aprobación, impresionados por las hermosas palabras que salían de su boca. ¿No es éste el hijo de José?, se preguntaban (Lucas 4:16-22).

Dios había establecido en su Palabra un año jubilar que se celebraba cada siete semanas de años (Levítico 25:8-17; Deuteronomio 15:1-11). En ese año, descansaba la tierra (como cada séptimo año), se debían dejar libres a los esclavos y se condonaban las deudas. Las personas recuperaban las tierras que habían perdido debido a la pobreza extrema.

Todo partía del hecho básico de que la tierra le pertenece a Dios (Levítico 25:23), y por ello, cada persona de su pueblo debía mantener su parcela como en el principio, aunque la hubiera perdido debido a las estructuras sociales y económicas que le habían privado de su propiedad. El jubileo era una ley que restablecia el equilibrio social e impedía las grandes diferencias sociales entre ricos y pobres. Esto, por supuesto, en una nación empobrecida y explotada por el imperio y por las élites religiosas gobernantes eran buenas noticias. Y por supuesto,  “todos dieron su aprobación, impresionados por las hermosas palabras que salían de su boca” (Lucas 4:22).

Jesús conocía las expectativas de la gente en la sinagoga: querían ver milagros y ser los primeros beneficiarios de las obras que realizaba. Es entonces cuando Jesús revela el reino al revés, un reino que no pertenece exclusivamente a una sola nación, sino que beneficia a todas.

Jesús continuó: Seguramente ustedes me van a citar el proverbio: “¡Médico, cúrate a ti mismo! Haz aquí en tu tierra lo que hemos oído que hiciste en Capernaúm”. Pues bien, les aseguro que a ningún profeta lo aceptan en su propia tierra. No cabe duda de que en tiempos de Elías, cuando el cielo se cerró por tres años y medio, de manera que hubo una gran hambre en toda la tierra, muchas viudas vivían en Israel. Sin embargo, Elías no fue enviado a ninguna de ellas, sino a una viuda de Sarepta, en los alrededores de Sidón.  Así mismo, había en Israel muchos enfermos de lepra en tiempos del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán el sirio. (Lucas 4:23-27).

Jesús muestra que lo que está haciendo no es algo nuevo: ya Dios, en la historia pasada, se ha ocupado de gentiles, personas de otras naciones, como la viuda de Sarepta o Naamán, el sirio, y les ha mostrado su buena voluntad. Esa noción provoca la furia de los oyentes al punto de que quieren matar a Jesús.

Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron. Se levantaron, lo expulsaron del pueblo y lo llevaron hasta la cumbre de la colina sobre la que estaba construido el pueblo, para tirarlo por el precipicio. Pero él pasó por en medio de ellos y se fue (Lucas 4:28-30).

           El reino de Dios, encarnado y proclamado por Jesús, es un reino que trae buenas nuevas a los pobres; un reino que nos convoca a vivir la realidad del jubileo sin hacer distinciones o buscar ganancias personales o nacionales. Es un reino inclusivo que le hace bien a todas y a todos por igual. Para un pueblo que pretendía tener el monopolio de Dios, quienes se creían el pueblo exclusivo de Dios, la apertura e inclusión del jubileo del reino resultaban intolerables. Por eso intentaron asesinar a Jesús.

           Hoy en día, al enfrentarnos a gobiernos que pretenden ser el centro del universo, la nación elegida por Dios y sus únicos instrumentos en la tierra, necesitamos regresar al jubileo tal como Jesús lo anunció y vivir sus demandas de solidaridad y búsqueda del bien común en todas las áreas de nuestra vida. Ya el Bautista lo había hecho (como vimos hace unas semanas), y Jesús lo reafirma. Debemos vivir como seguidores de Jesús a la luz del jubileo que su reino ha inaugurado. 

 Sexto domingo después de la Pascua (25 de mayo)

El jubileo puesto en práctica: Zaqueo, una conversión que afecta todas las áreas de la vida (Lucas 19:1-10)

Jesús llegó a Jericó y comenzó a cruzar la ciudad. Resulta que había allí un hombre llamado Zaqueo, jefe de los recaudadores de impuestos, que era muy rico. Estaba tratando de ver quién era Jesús, pero la multitud se lo impedía, pues era de baja estatura. Por eso se adelantó corriendo y se subió a un árbol para poder verlo, ya que Jesús iba a pasar por allí.

Llegando al lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo:

—Zaqueo, baja en seguida. Tengo que quedarme hoy en tu casa.  Así que se apresuró a bajar y, muy contento, recibió a Jesús en su casa. Al ver esto, todos empezaron a murmurar: Ha ido a hospedarse con un pecador.  Pero Zaqueo dijo resueltamente:

—Mira, Señor: Ahora mismo voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si en algo he defraudado a alguien, le devolveré cuatro veces la cantidad que sea.

—Hoy ha llegado la salvación a esta casa —le dijo Jesús—, ya que éste también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido (Lucas 19:1-10).

Zaqueo era jefe de los publicanos en Jericó. Como es sabido, los publicanos eran despreciados y estigmatizados por la sociedad de sus días. Siendo judíos se ponían al servicio del odiado imperio y saqueaban a su gente con los numerosos impuestos de Roma. Eran impuestos que cada persona debía pagar como súbdito del imperio (por ello el censo de población). Además, tenían que pagar impuestos por la propiedad y por el fruto del trabajo diario. Todo esto además de los impuestos de su jurisdicción y los impuestos del templo.

Los publicanos no eran aceptados en la vida social de su comunidad y, a la vez, eran despreciados por sus patrones del imperio. Debido a que recaudaban los impuestos cada vez más gravosos de Roma y, que a menudo, usaban su posición para enriquecerse a costa de los contribuyentes, eran odiados y hostilizados por su misma gente, el pueblo judío. Por ello, no podían servir como testigos en los tribunales judías, y ninguna persona ordinaria podía reunirse con ellos sin contaminarse.

Siendo jefe de publicanos, todo lo anterior hacía de Zaqueo una persona con muy pocos amigos y muchos enemigos. Era muy rico, y quizás era todo lo que tenía: su dinero. La riqueza más apreciada era la posesión de tierras, y un hombre rico como Zaqueo seguramente debió poseer muchas. La riqueza, además, les otorgaba poder político ante las autoridades. Era gente muy influyente y poderosa.

En el caso de Zaqueo sabemos muy poco de su vida. Podemos deducir de la historia que, probablemente,  no tenía ni amigos verdaderos ni familia. El término “pecador” resumía su condición social y religiosa, su ostracismo y su profunda necesidad.

Sin embargo, Zaqueo quería al menos ver a Jesús y, siendo bajo de estatura y ante la dificultad de verlo por la multitud que rodeaba a Jesús, corrió hacia donde Jesús pasaría y subió a un árbol sicómoro para poder verlo al pasar. Las dificultades no le impidieron ver a Jesús. No se atrevía a algo más, era impensable que un rabino de la talla de Jesús hablara con él. Acostumbrado al desprecio y al rechazo de la gente religiosa de “buena conciencia”, no aspiraba más que verlo de lejos.

Cuánta sería su sorpresa que Jesús se detuvo bajo el árbol donde él estaba, miró hacia arriba, lo miró a los ojos y le dijo: “Zaqueo, baja en seguida. Tengo que quedarme hoy en tu casa” (Lucas 19:5). Una palabra clave en este pasaje es la palabra tengo que. También se traduce como es necesario (RV60). Por el uso de esta palabra en Lucas, esa simple cláusula indica un hecho que debe suceder por voluntad de Dios. Es una indicación de una necesidad en el plan de Dios. El encuentro de Jesús con Zaqueo obedecía al propósito benéfico de Dios, al amor de Jesús por todos, sin distinciones. 

           Quedarse en casa de Zaqueo era una indicación de plena aceptación, de compañerismo, de fraternidad. Jesús le habla a Zaqueo con urgencia y calidez, como si fuera un conocido de mucho tiempo, un amigo. Le pide que lo hospede en su casa; necesita de él. Al mismo tiempo, Jesús le ofrece su amistad plena y espera que Zaqueo le corresponda.

            De inmediato, Zaqueo “se apresuró a bajar y, muy contento, recibió a Jesús en su casa” (Lucas 19:6). Su enorme necesidad de un amigo, de ser aceptado, de ser tratado como una persona y de ser amado, la encuentra en Jesús. No perdió tiempo, y abrió las puertas de su casa y de su vida a Jesús.

           No se nos narra que Jesús le haya predicado a Zaqueo o que  haya querido convertirlo. No lo agarró a bibliazos. Simple y llanamente, le ofreció su amistad y plena aceptación. Muy probablemente, mientras compartían la mesa, Jesús conversó con él como lo hacen los buenos amigos. Disfrutaron de la cena y se rieron juntos. 

           Las murmuraciones no se hicieron esperar: “todos empezaron a murmurar” (Lucas 19:7). Las críticas severas tampoco: “fue a hospedarse con un pecador” (Lucas 19:7). Probablemente eso incluía a sus propios discípulos.  

           Y es ante semejantes críticas que Zaqueo se levantó de la mesa, se puso en pie y dijo:  “Mira, Señor: Ahora mismo voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si en algo he defraudado a alguien, le devolveré cuatro veces la cantidad que sea” (Lucas 19:8). 

              Zaqueo sabía bien  que había abusado de su poder y de su ocupación para enriquecerse. Las críticas tenían razón. Y, de inmediato, actúa para enmendar sus acciones pasadas. Está dispuesto a reparar el daño causado a mucha gente de su comunidad. La conversión de Zaqueo tiene dimensiones económicas, y él se responsabiliza de ellas. Si fuera evangélico, quizás le habría bastado con “aceptar a Jesús en su corazón” y seguir como si nada. Pero Zaqueo responde a las críticas dando frutos que demuestran su arrepentimiento.

           La ley demandaba que, en casos de robo o abuso, se regresara la cantidad sustraída más una quinta parte de la misma (Levítico 6:1-5). En casos como el robo de un buey debían devolver cinco veces lo robado; y si se trataba de ovejas, cuatro veces (Éxodo 22:1 y 2 Samuel 12:6). Zaqueo se aplica a sí mismo la pena máxima correspondiente al robo de una oveja, aunque ese no era su caso.

Dará la mitad de sus bienes a los pobres y reparará sus abusos y estafas dando a sus víctimas cuatro veces más de lo que les había robado. 

Jesús, sin duda contento y complacido con la declaración de Zaqueo, le dice a Zaqueo: “—Hoy ha llegado la salvación a esta casa —le dijo Jesús—, ya que éste también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Luca s19: 9-10).

La salvación había llegado a casa de Zaqueo. Nada lo excluye de la amistad de Jesús y la salvación que él ha inaugurado. Zaqueo estaba perdido y ahora ha sido salvado. Su salvación tiene repercusiones económicas en su comunidad. El jubileo ha llegado, no sólo a Zaqueo sino a Jericó.

           Este episodio es uno de los muchos ejemplos de lo que significa el reino al revés: un reino que transforma a los individuos y comunidades, que no sólo salva almas, sino que también tiene repercusiones económicas en la sociedad y manifiesta, en términos concretos, lo que el jubileo significa en la práctica.

           ¡Qué bueno sería que muchas de las personas “convertidas” que ejercen puestos públicos en nuestros gobiernos federales y locales regresaran a la gente pobre lo que les han saqueado! Esos Zaqueos y saqueadores deberían imitar al Zaqueo de nuestra historia.