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February 14, 2025

Los cuarenta días previos a la pascua son días que la tradición cristiana ha considerado como días de reflexión sobre nuestra mortalidad (“somos polvo y al polvo volveremos”) sobre nuestros sufrimientos, nuestros pecados y la necesidad de volvernos a Dios para ser restaurados y tener una nueva vida.

Transfiguración de nuestro Señor: domingo antes de la Cuaresma (2 de marzo)

Una probada momentánea de eternidad y gloria 

Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, el hermano de Jacobo, y los llevó aparte, a una montaña alta. Allí se transfiguró en presencia de ellos; su rostro resplandeció como el sol, y su ropa se volvió blanca como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías conversando con Jesús. Pedro le dijo a Jesús:

—Señor, ¡qué bien que estemos aquí! Si quieres, levantaré tres albergues: uno para ti, otro para Moisés y otro para Elías.

Mientras estaba aún hablando, apareció una nube luminosa que los envolvió, de la cual salió una voz que dijo: «Éste es mi Hijo amado; estoy muy complacido con él. ¡Escúchenlo!»

Al oír esto, los discípulos se postraron sobre su rostro, aterrorizados. Pero Jesús se acercó a ellos y los tocó.

—Levántense —les dijo—. No tengan miedo.

Cuando alzaron la vista, no vieron a nadie más que a Jesús.

Mientras bajaban de la montaña, Jesús les encargó:

—No le cuenten a nadie lo que han visto hasta que el Hijo del hombre resucite.

Entonces los discípulos le preguntaron a Jesús:

—¿Por qué dicen los maestros de la ley que Elías tiene que venir primero?

—Sin duda Elías viene, y restaurará todas las cosas —respondió Jesús—.  Pero les digo que Elías ya vino, y no lo reconocieron sino que hicieron con él todo lo que quisieron. De la misma manera va a sufrir el Hijo del hombre a manos de ellos.

Entonces entendieron los discípulos que les estaba hablando de Juan el Bautista

(Mateo 17:1-13).

La transfiguración de nuestro Señor sucede en un momento clave del ministerio público de Jesús. Pedro ha confesado que Jesús es el Mesías, el hijo del Dios viviente (en Mateo 16:16), y de inmediato, para evitar falsas expectativas, Jesús le aclara a sus discípulos que eso conlleva la realidad de su sufrimiento, muerte y resurrección (Mt 16:21). Ante la actitud de Pedro de evitar el sufrimiento y la muerte, Jesús discierne la tentación satánica a través de Pedro e instruye a sus discípulos sobre el costo del discipulado que incluye el sufrimiento e incluso la muerte: deben llevar su propia cruz (Mt 16:22-27). Como un estímulo, Jesús anuncia que algunos de ellos verán al Hijo del hombre llegar en su reino (Mt 16:28). Poco después, sucede la transfiguración, una visión de Jesús como el rey del reino de los cielos.

Es entonces la transfiguración, una visión de la gloria y presencia del reino entre los discípulos. Al menos los tres discípulos que Jesús llevó a la montaña, Pedro, Jacobo y Juan, son testigos de la gloria y singularidad de su maestro, el Mesías . Pedro así lo repetirá después (2 Pedro 1:16-19). Debemos escuchar a Jesús, el Hijo amado del Padre.

Era una visión necesaria ante los eventos trágicos que en pocos días habrían de vivir Jesús y sus discípulos. Esa visión le habría de dar fortaleza y ánimo ante la adversidad y el dolor. En medio del dolor debían mantener la visión de su poder y gloria.

Aunque hoy en día nosotros no tenemos una visión como esa, es por medio de la fe (Hebreos 11:1) que podemos mirar más allá de lo que nuestros ojos y experiencia nos muestran, para discernir esa otra realidad o dimensión de la vida en la que Dios reina por medio de su Hijo amado. El andar no solo por vista sino por fe nos permite cobrar fuerzas ante la adversidad y seguir el camino marcado. Este pasa por la cruz pero culmina en la gloria.

Hoy en día las realidades de un mundo en que el mal y sus agentes parecen triunfar, en que los señores de este mundo parecen imponer su voluntad y sus planes de muerte y destrucción (del planeta, de las deportaciones masivas de minorías, de los condenados de la tierra, del tejido social y familiar), sólo es posible seguir adelante cuando la visión de Jesús y su reino se puede vislumbrar gracias al ejercicio constante de la fe: "Es la fe la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve" (Hebreos 11:1).     

Miércoles de ceniza: inicio del tiempo de penitencia, preparación y discernimiento

“Enséñanos a contar bien nuestros días, para que nuestro corazón adquiera sabiduría” (Salmo 90:12).

Los cuarenta días previos a la pascua son días que la tradición cristiana ha considerado como días de reflexión sobre nuestra mortalidad, nuestros sufrimientos, nuestros pecados y la necesidad de volvernos a Dios para ser restaurados y tener una nueva vida. Comenzamos a cultivar esa actitud guiados por el Salmo 90:

Oración de Moisés, hombre de Dios.

Señor, tú has sido nuestro refugio

generación tras generación.

Desde antes que nacieran los montes

y que crearas la tierra y el mundo,

desde los tiempos antiguos

y hasta los tiempos postreros,

tú eres Dios (Sal 90:1-2). 

El salmo abre la reflexión hablando directamente a Dios que ha sido un refugio seguro, desde la eternidad y hasta la eternidad, por todas las generaciones, para quienes confían en él. La reflexión mira al pasado más lejano y desde allí arma la suplica a Dios:

Tú haces que los hombres vuelvan al polvo,

cuando dices: «¡Vuélvanse al polvo, mortales!»

Mil años, para ti, son como el día de ayer, que ya pasó;

son como unas cuantas horas de la noche.

Arrasas a los mortales. Son como un sueño.

Nacen por la mañana, como la hierba

que al amanecer brota lozana

y por la noche ya está marchita y seca (Sal 90:3-6). 

Haciendo eco a Génesis 3, el orante recuerda que el regreso al polvo es parte de la sentencia pronunciada contra Adán y Eva, y todas las generaciones subsiguientes. En consecuencia, la brevedad de la vida humana se agrava al compararla con la eternidad de Dios. Mil años de Dios son como un breve día nuestro. Somos tan frágiles y perecederos como la flor de un día. 

Tu ira en verdad nos consume, 

tu indignación nos aterra.

Ante ti has puesto nuestras iniquidades;

a la luz de tu presencia, nuestros pecados secretos.

Por causa de tu ira se nos va la vida entera;

se esfuman nuestros años como un suspiro.

Algunos llegamos hasta los setenta años,

quizás alcancemos hasta los ochenta,

si las fuerzas nos acompañan.

Tantos años de vida, sin embargo,

sólo traen pesadas cargas y calamidades:

pronto pasan, y con ellos pasamos nosotros (Sal 90:7-10). 

La brevedad de nuestra vida obedece a una razón fundamental, también a la luz de Génesis 3: la ira de Dios contra nuestras iniquidades y nuestra injusticia. La muerte, paga de nuestra rebelión contra Dios, ya se discierne en la cotidianeidad. No solo se ha acortado nuestra vida a 70 u 80 años; esos años, además, están cargados y plagados de las espinas y cardos que nos hieren cada día.

"Quién puede comprended el furor de tu enojo?

¡Tu ira es tan grande como el temor que se te debe!” (Sal 90:11).

Y a pesar de ello, no aprendemos ni recapacitamos. La vida diaria, llena de “pesadas cargas y calamidades” debiera ser nuestra maestra para hacernos reflexionar. Pero no sucede así. "Enséñanos a contar bien nuestros días, para que nuestro corazón adquiera sabiduría (Sal 90:12). 

Por ello, el ruego central del salmista: Ayúdanos a ser discípulos sabios que, conscientes de nuestra mortalidad justa, seamos capaces de adquirir sabiduría. Que la reflexión de la levedad y fugacidad de nuestro ser nos incentive para ser cada día mejores, para vivir cada día con sabiduría. 

¿Cuándo, Señor, te volverás hacia nosotros?

¡Compadécete ya de tus siervos!

Sácianos de tu amor por la mañana,

y toda nuestra vida cantaremos de alegría.

Días y años nos has afligido, nos has hecho sufrir;

¡devuélvenos ahora ese tiempo en alegría!

¡Sean manifiestas tus obras a tus siervos,

y tu esplendor a sus descendientes! (Sal 90:13-16).

Con un claro atrevimiento, el salmista llama a Dios a arrepentirse, a volver su camino hacia nosotros, a cambiar su actitud con nosotros y a tener compasión. Que su amor abunde y que cada día podamos verlo claramente desde que amanece, y podamos celebrar su gracia.

Que Dios, proporcionalmente a los días malos en que “nos ha afligido, y nos ha hecho sufrir” ahora nos dé días llenos de alegría, a nosotros y a nuestros descendientes.  Que ellos también experimenten la bondad de Dios: Que el favor del Señor nuestro Dios esté sobre nosotros. Confirma en nosotros la obra de nuestras manos; sí, confirma la obra de nuestras manos” (Sal 90:17). 

El salmo cierra rogando que la bondad y gracia de Dios, su complacencia, estén sobre nosotros y que haga fructífera y duradera “la obra de nuestras manos.” Que nuestro trabajo traiga satisfacción y cuente con la bendición de Dios.

Meditar en lo mucho que hemos caído, en el paraíso perdido, en la insatisfacción y futilidad de la vida, “la insoportable levedad del ser” (Kundera, 1984), pero también apelar a la bondad y misericordia de Dios que puede y quiere remediar nuestra actual condición gracias a Jesús…¡Qué mejor manera de iniciar esta temporada dirigidos por la profunda reflexión de este salmo!

El camino hacia la cruz y la vida

Primer domingo de Cuaresma: atisbos de tormenta en el horizonte (9 de marzo)

Jesús anuncia sus sufrimientos, muerte y resurrección (Mateo 16:21-28)

Desde entonces comenzó Jesús a advertir a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y sufrir muchas cosas a manos de los ancianos, de los jefes de los sacerdotes y de los maestros de la ley, y que era necesario que lo mataran y que al tercer día resucitara (Mt 16:21).

Inmediatamente después de que Pedro confiesa que Jesús es el Mesías, Jesús reconoce en sus palabras que Dios le ha abierto los ojos, y a continuación Jesús tiene que corregir la falsa idea de que el Mesías ha de entrar en su gloria y conquistar militarmente a sus enemigos. Semejante a David, Jesús debe restaurar el reino a Israel y traer los días ansiados por el pueblo.

Jesús reiterará, al menos tres veces en el Evangelio de Mateo, que el sufrimiento y la muerte son parte inevitable de su ministerio. La culminación de su vida de servicio en Jerusalén, centro de la vida nacional, tenía como componente inevitable el rechazo, la violencia y el asesinato que serían llevados a cabo por quienes tenían el poder religioso, social y político entonces: los ancianos, jefes de los sacerdotes y los teólogos o maestros de la ley.

Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo: 

—¡De ninguna manera, Señor! ¡Esto no te sucederá jamás!

Jesús se volvió y le dijo a Pedro:

—¡Aléjate de mí, Satanás! Quieres hacerme tropezar; no piensas en las cosas de Dios sino en las de los hombres (Mt 16:22-23).

Pedro reprende a Jesús con dureza. Expresa con toda seriedad y fuerza su desaprobación y censura a Jesús. Es un regaño como el de un padre o madre cuando la hija o el hijo han hecho algo muy malo. Era inconcebible para él, y seguro para los demás discípulos, el sufrimiento y muerte anunciados por su maestro, el Mesías. La resistencia al sufrimiento y la muerte son normales en todo ser humano. ¡Qué mejor que evitarlos!

Jesús responde a Pedro también con palabras duras y discierne en sus palabras una tentación satánica. Pedro tiene que aprender a ver la realidad con otra perspectiva: la de Dios. Es necesario, en el camino cristiano, aprender a descubrir y discernir esa otra realidad también presente en este mundo que es solo visible a los ojos de la fe.

Luego dijo Jesús a sus discípulos:

—Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme.  Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la encontrará.  ¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida? ¿O qué se puede dar a cambio de la vida?  Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces recompensará a cada persona según lo que haya hecho.  Les aseguro que algunos de los aquí presentes no sufrirán la muerte sin antes haber visto al Hijo del hombre llegar en su reino (Mt 16:21-28).

El camino de Jesús es paradigmático para sus apóstoles y para nosotros. También debemos estar listos para tomar la cruz y perder la vida, si fuera necesario. A la visión triunfalista y prospera de los discípulos, Jesús pone delante de ellos el costo de ser agentes del reino. La llegada y desarrollo del reino siempre atraerán oposición violenta de los poderosos de este mundo, ya sean religiosos, políticos o económicos.

Ante tantas interpretaciones actuales del evangelio del reino de Jesús que prometen prosperidad y riquezas, una vida cómoda e incluso prestigio, o un salvoconducto al cielo, el carpintero de Nazaret nos recuerda que serle fieles a él y a su reino, y pagar el precio por hacerlo, trae aparejado el rechazo, el sufrimiento y la muerte. Sólo después vendrá la gloria.

Segundo domingo de Cuaresma (16 de marzo): Los dolores de parto del reino de Jesús (Mateo 17:22-23)

“Estando reunidos en Galilea, Jesús les dijo: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres.  Lo matarán, pero al tercer día resucitará.» Y los discípulos se entristecieron mucho” (Mt 17:22-23).

Poco después de la transfiguración y la experiencia extraordinaria como testigos de la gloria y señorío de Jesús, y luego de presenciar su poder al sanar a un muchacho endemoniado (Mt 17:14-21), Jesús nuevamente les recuerda a sus seguidores que no se deben dejar ofuscar por ello. Él ha de ser entregado a los hombres para ser asesinado. El camino del reino ya tiene múltiples manifestaciones de la vida del reino, pero todavía no se manifiesta en su plenitud. Tenemos pruebas y adelantos, pero habremos de pasar también por el cáliz del sufrimiento.

Los discípulos siguen sin entender y se entristecen en extremo. Es un dolor paralizante que aún no logra comprender el porqué del sufrimiento y muerte de su maestro. No alcanzan a entender que la muerte de Jesús era indispensable para lograr nuestra redención. Él era el siervo de Jehová de Isaías 53 que “fue traspasado por nuestras rebeliones y molido por nuestras iniquidades” (v.5). Después de su resurrección, Jesús recalcaría este significado.

Los discípulos tampoco prestan atención a lo que dice Jesús acerca de su resurrección. Y es allí donde encontramos la clave que se repite muchas veces en las cartas de los apóstoles: ver los sufrimientos presentes en términos de su finalidad, del para qué,  y de lo que viene después de ellosComo luego lo aplicará Pablo a sus propios padecimientos:

Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento. Así que no nos fijamos en lo visible sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno (2 Corintios 4:17-18).

De hecho, sabemos que si esta tienda de campaña en que vivimos se deshace, tenemos de Dios un edificio, una casa eterna en el cielo, no construida por manos humanas. Mientras tanto suspiramos, anhelando ser revestidos de nuestra morada celestial, porque cuando seamos revestidos, no se nos hallará desnudos. Realmente, vivimos en esta tienda de campaña, suspirando y agobiados, pues no deseamos ser desvestidos sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Es Dios quien nos ha hecho para este fin y nos ha dado su Espíritu como garantía de sus promesas (2 Corintios 5:1-5).

Este es uno de los muchos pasajes que encontramos en las cartas de los apóstoles, recordatorio de que debemos aprender a interpretar el duro presente a la luz de un futuro inimaginable, de vida plena: “es necesario pasar por muchas dificultades para entrar en el reino de Dios” (Hechos 14:22).

Tercer domingo de Cuaresma (23 de marzo): Jesús anuncia su confrontación final con los señores de este mundo y su trágico desenlace (Mateo 20:17-19)

Mientras subío Jesús rumbo a Jerusalén, tomó aparte a los doce discípulos y les dijo:  «Ahora vamos rumbo a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley. Ellos lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen. Pero al tercer día resucitará.»  (Mt 20:17-19).

Este tercer anuncio, cuando Jesús y sus discípulos ya se acercan a Jerusalén, nuevamente pone de realce la realidad que Jesús ha de enfrentar y que sus apóstoles deben asimilar. Los líderes religioso-políticos (jefes de los sacerdotes) y los teólogos que lo legitiman (maestros y doctores de la ley) lo juzgarán y condenarán a muerte. Roma ha de ejecutar la sentencia de muerte luego de someter a Jesús al escarnio y la tortura.

Jesús, al anunciar la llegada de su reino, cuestiona y pone en jaque mate al imperio romano con su depredación económica y social. El Mesías Jesús, con sus acciones y discursos, hace una severa crítica al estamento religioso que había hecho de la religión judía un jugoso negocio económico que ejercía un estricto control social y en cierto grado político sobre las masas. Las élites religiosas se enriquecían promoviendo el acomodamiento al imperio y, hasta donde era posible, fomentaban la pasividad y conformidad ante el sistema opresor.

El mensaje de Jesús con respecto a su pasión y muerte no logra penetrar al entendimiento de sus seguidores. La madre de Jacobo y Juan (según algunos, tía de Jesús) le pide a Jesús lugares privilegiados para sus hijos en el reino. Cuando él les habla de sufrimiento y muerte, ella (junto con muchos otros) piensa en el dominio, poder y honor para sus hijos.

Así nos sucede a nosotros, nos cuesta entender que la vida cristiana trae aparejado el sufrimiento y rechazo social. En muchos casos, incluso la muerte violenta. Las grandes mayorías en nuestras iglesias viven un cristianismo cómodo, sin pena y sin gloria. Asisten a la iglesia, dan sus ofrendas, participan de algunas actividades y nada más. No hay riesgos ni peligros. Y los predicadores les recuerden todo el tiempo que ya tienen su salvación asegurada: Esta es una gracia barata.

Por el contrario, cuando seguimos de cerca a Jesús, y como él, denunciamos la hipocresía y complicidad de las iglesias y denominaciones ante los poderes económicos, políticos y religiosos en nuestros países, cuando cuestionamos y protestamos ante la opresión y desigualdad económica, cuando no participamos de la corrupción endémica de nuestras instituciones, cuando nos oponemos a la deshumanización y falta de oportunidades de las mujeres, migrantes, minorías y marginados, entonces entendemos lo que significa andar en el camino de Jesús.

Entonces sufrimos el rechazo familiar, la estigmatización social, la pérdida de empleo (también en las iglesias y sus instituciones) y las respuestas violentas de las personas e instituciones cuestionadas. Muchos y muchas han pagado con sus vidas.

Pedro ofrece su interpretación ante los sufrimientos que experimentamos por causa de nuestra fe y el valor al cuestionar a las personas que ostentan el poder, y nos da una perspectiva que recupera la enseñanza de Jesús. De hecho, entiende nuestras pruebas como una participación de los “sufrimientos de Cristo”:

Queridos hermanos, no se extrañen del fuego de la prueba que están soportando, como si fuera algo insólito. Al contrario, alégrense de tener parte en los sufrimientos de Cristo, para que también sea inmensa su alegría cuando se revele la gloria de Cristo. Dichosos ustedes si los insultan por causa del nombre de Cristo, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre ustedes. Que ninguno tenga que sufrir por asesino, ladrón o delincuente, ni siquiera por entrometido.  Pero si alguien sufre por ser cristiano, que no se avergüence, sino que alabe a Dios por llevar el nombre de Cristo (1 Pedro 4:12-16).

No es que debamos buscar el martirio como un fin en sí mismo, pero seguir a Jesús de manera congruente y decidida atraerá la violencia de quienes ven afectados sus privilegios.

Cuarto domingo de Cuaresma (30 de marzo): vivir para servir (Mateo 20:20-28)

Entonces la madre de Jacobo y de Juan, junto con ellos, se acercó a Jesús y, arrodillándose, le pidió un favor. 

—¿Qué quieres? —le preguntó Jesús.

—Ordena que en tu reino uno de estos dos hijos míos se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda.

—No saben lo que están pidiendo —les replicó Jesús—. ¿Pueden acaso beber el trago amargo de la copa que yo voy a beber?

—Sí, podemos.

—Ciertamente beberán de mi copa —les dijo Jesús—, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde concederlo. Eso ya lo ha decidido mi Padre.

Cuando lo oyeron los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos. Jesús los llamó y les dijo:

—Como ustedes saben, los gobernantes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor,  y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de los demás; así como el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos (Mt 20:20-28). 

En el contexto de “horizontes que se cierran” (Tamez, 1998), de atisbos de tormenta y de sus reiterados anuncios de la inevitable y necesaria cruz, Jesús pone en palabras lo que es la señal fundamental del reino: el servicio a otros.

En el contexto de “horizontes que se cierran” (Tamez, 1998), de atisbos de tormenta y de sus reiterados anuncios de la inevitable y necesaria cruz, Jesús pone en palabras lo que es la señal fundamental del reino: el servicio a otros.

Los discípulos han presenciado los milagros y prodigios de Jesús para dar vida a los marginados de la vida. Han escuchado sus sorprendentes enseñanzas que muestran una lucidez y autoridad muy por encima de los teólogos y doctores de la ley. Pero aun así, esos seguidores despistados, todavía buscan y anhelan el poder y la gloria de un puesto prominente en el reino de Jesús. En su mente, siguen los modelos de aquellos que ostentan el poder con todos sus privilegios: los políticos de Roma y Jerusalén, los poderosos ricos que compran el poder; los líderes religiosos que han hecho de la fe un negocio y una forma de control social.

Jesús, nuevamente, ante la petición de la madre de los hijos de Zebedeo, muestra que su reino es un reino al revés (Donald Kraybill). O bien, que en un ‘mundo patas arriba” (Eduardo Galeano) en el cual los poderosos “oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad”, se debe enderezar la realidad y volver a la vocación fundamental del ser humano desde el principio: el servicio a los demás.

Un servicio que da vida plena a los que carecen de oportunidades y privilegios, que han sido marginados y pisoteados por los que están arriba de ellos. Jesús encarnó ese estilo de vida y ahora lo encomienda a sus discípulos. Solo así reencontrarán su humanidad y la de  los demás. Solo así se instalará un reino de buenas nuevas para todas las personas. Solo así la vida florecerá en el desierto, los huesos secos volverán a vivir y del tronco cortado brotará el retoño. Los macondos y páramos de nuestra América morena serán lugares donde la vida social florezca, el trabajo sea satisfactorio y todas y todos podamos vivir en nuestros hogares el shalom de Dios.

Hoy día muchos prefieren para sus actividades de proselitismo los milagros y prodigios como marca de sus ministerios, otros descansan en sus títulos, elocuencia y profundos conocimientos para impresionar a la gente, también hay quienes  han hecho de sus servicios religiosos showsespectaculares y divierten a las masas con su entretenimiento santo. Muchos más promueven sus tareas de conversión con políticos, artistas y deportistas famosos que son parte de su grupo religioso.

Lo que escasea es el servicio discreto pero eficaz, el poder de la debilidad que vence las fuerzas del mal y rehabilita a las personas caídas. La disposición de dar la vida por el bien de otras personas y así imitar a Jesús. Como lo dice Pablo, “Por tanto, imiten a Dios, como hijos muy amados, y lleven una vida de amor, así como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio fragante para Dios” (Efesios 5:1-2).

Hace falta que ese amor se manifieste en la búsqueda y atención de los marginados y marginadas, en la acogida a los inmigrantes, en el hambre y sed de justicia que busque cambiar estructuras injustas, en la misericordia activa hacia todos. Esto es lo que finalmente será el criterio para distinguir al genuino seguidor y seguidora de Jesús de quien no lo es. En las palabras de Jesús, una vida de servicio y amor al prójimo se expresa concretamente cuando: “tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento;  necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron” (Mt 25:35-36).

Que el tiempo de Cuaresma nos lleve, aun en medio de las adversidades, a vivir plenamente sirviendo a todas las personas que lo necesitan.