Pascua de Resurrección: Las mujeres, primeras predicadoras de Jesús resucitado (20 de abril)
La resurrección (Mateo 28:1-10)
Después del sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. Sucedió que hubo un terremoto violento, porque un ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose al sepulcro, quitó la piedra y se sentó sobre ella. Su aspecto era como el de un relámpago, y su ropa era blanca como la nieve. Los guardias tuvieron tanto miedo de él que se pusieron a temblar y quedaron como muertos.
El ángel dijo a las mujeres:
—No tengan miedo; sé que ustedes buscan a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, tal como dijo. Vengan a ver el lugar donde lo pusieron. Luego vayan pronto a decirles a sus discípulos: “Él se ha levantado de entre los muertos y va delante de ustedes a Galilea. Allí lo verán.” Ahora ya lo saben. Así que las mujeres se alejaron a toda prisa del sepulcro, asustadas pero muy alegres, y corrieron a dar la noticia a los discípulos. En eso Jesús les salió al encuentro y las saludó. Ellas se le acercaron, le abrazaron los pies y lo adoraron.
—No tengan miedo —les dijo Jesús—. Vayan a decirles a mis hermanos que se dirijan a Galilea, y allí me verán (Mt 28:1-10).
Como durante su muerte (Mateo 27:51-53), un poderoso sismo sacude la tierra y los guardas tienen un temor tan grande que tiemblan tanto como el temblor y caen al suelo como muertos (Mateo 28:3-4).
María Magdalena y la otra María van a ver el sepulcro de Jesús el primer día de la semana, domingo. A diferencia de las multitudes que seguían a Jesús y de los mismos discípulos varones, ellas tienen ojos para ver. Debemos notar la repetición del verbo ver que es clave en este capítulo (Mateo 28:6, 7, 10, 17). Pareciera que Juan tiene en mente a las mujeres ante el sepulcro cuando dice: “Lo que hemos visto con nuestros propios ojos (...) esto les anunciamos” (1 Juan 1:1-3).
Ya anteriormente, Mateo nos ha preparado con su narrativa para que notemos la importancia de estas mujeres en el reino de Jesús. Se describe a estas mujeres, y muchas más, como testigos de la muerte de Jesús; ellas estaban “mirando de lejos”. Eran discípulas (seguidoras, verbo que se usa para distinguir a los discípulos) que “habían seguido a Jesús desde Galilea”, y además lo hacían “para servirle”, eran diaconisas (Mateo 27:55).
Lo que resalta de esta descripción es que Jesús usa esa misma palabra (diakonein) para describir su propio ministerio:
Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor (diakono), y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de los demás; así como el Hijo del hombre no vino para que le sirvan (el verbo diakonein), sino para servir (mismo verbo) y para dar su vida en rescate por muchos (Mt 20:27-28).
Jamás se usa ese verbo o sustantivo para describir a los discípulos o apóstoles. Culturalmente, se consideraba el servir como algo impropio de un hombre libre. Los romanos consideraban toda labor con las manos como tarea de un esclavo. Entre los judíos, con la enorme influencia social de Roma, también desarrollaron estos valores culturales que delegaban el servicio a las clases bajas. Los hombres de cierta importancia social lo consideraban indigno de su estatus social. Un rabí era muy distinguido como para servir a los demás. Jesús, sin embargo, usó ese verbo y lo encarnó en su conducta todo el tiempo. Fue contra la cultura dominante para mostrar que el reino de Dios tenía valores muy distintos, entre ellos el servicio (diakonia) para el bien de los demás.
Así la palabra servir solo se usa para describir a las mujeres que le seguían, como María Magdalena y las demás mujeres. Solo ellas encarnan lo que tanto quiso Jesús que sus discípulos imitasen, pues ellas sirvieron a Jesús.
De esta manera, Mateo nos da un mensaje central en su evangelio: gracias a cinco mujeres, modelos de la justicia del reino, en la genealogía inicial (Mateo 1:1-17) aprendemos que el Mesías llegó a este mundo por las acciones valientes de ellas. A lo largo del evangelio encontramos a mujeres, en contraste con los discípulos varones, que son modelos de fe, piedad y entrega a Jesús, la mujer con hemorragia por ejemplo (Mateo 9:20-22), la mujer cananea cuya fe es enorme (Mateo 15:21-28), , como hemos visto en este pasaje, muchas mujeres leales ante la cruz, entre ellas María Magdalena, María, la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo (Mateo 27:55).
Ahora, ante la resurrección de Jesús, las mujeres son las primeras en ver al Señor resucitado y las primeras en recibir la encomienda de proclamar la buena noticia de la resurrección. En aquellos días, las mujeres tenían cerrada la puerta de la instrucción y de la educación. Jesús abre esa puerta para ellas y ahora las instruye sobre su tarea misional. Si la cultura patriarcal de esos días les negaba un lugar en el mundo de los hombres, Dios y Jesús les otorgan la importancia y el papel que tienen en la iglesia naciente y en la sociedad.
Lamentablemente, hasta nuestros días, en nuestras sociedades patriarcales, las mujeres siguen relegadas en la vida de nuestras iglesias (con honrosas excepciones). Es obvio que, como los apóstoles, aún no entendemos que su lugar es central en la misión de la iglesia. ¡Que Dios nos ayude a honrar y empoderar a las mujeres, como el Señor de la Iglesia lo ha hecho!
La noche de Pascua: La élite religiosa y política ofrece una narrativa alterna a la resurrección
Mientras las mujeres iban de camino, algunos de los guardias entraron en la ciudad e informaron a los jefes de los sacerdotes de todo lo que había sucedido. Después de reunirse estos jefes con los ancianos y de trazar un plan, les dieron a los soldados una fuerte suma de dinero y les encargaron: «Digan que los discípulos de Jesús vinieron por la noche y que, mientras ustedes dormían, se robaron el cuerpo. Y si el gobernador llega a enterarse de esto, nosotros responderemos por ustedes y les evitaremos cualquier problema.» Así que los soldados tomaron el dinero e hicieron como se les había instruido. Esta es la versión de los sucesos que hasta el día de hoy ha circulado entre los judíos (Mt 28:11-15).
En este episodio, nos encontramos con el reporte de los guardias sobre “todo lo que había sucedido”, el fuerte sismo y la visión del ángel del Señor que removió la piedra (Mateo 28:2-4). Se esperaría que, ante lo ocurrido, los jefes de los sacerdotes recapacitaran y pensaran en serio sobre lo que eso significaba, pero no es así. Era mucho lo que estaba en juego para ellos: sus intereses económicos, su hegemonía religiosa y política, su prestigio y poder. Y no estaban dispuestos a perderlos; su proyecto de muerte debía prevalecer a toda costa.
Compran con “una fuerte suma de dinero” la conciencia de los guardias. Estos aceptan y se hacen cómplices de la mentira. Instruyen a los guardas con una narrativa alterna: “los discípulos de Jesús vinieron por la noche y, mientras ustedes dormían, se robaron el cuerpo”, y agrega Mateo que “esta es la versión de los sucesos que hasta el día de hoy ha circulado entre los judíos”.
No hay nada nuevo debajo del sol, los proyectos de muerte a lo largo de la historia del cristianismo, hasta nuestros días, siguen usando las armas ideológicas de la muerte para perpetuar sus planes, que destruyen la vida de nuestro planeta, la existencia misma de las minorías, los genocidios de pueblos y personas consideradas indeseables para ellos. Siguen comprando las conciencias y el discurso de líderes religiosos y políticos que legitiman a los señores del capital y se hacen sus cómplices.
En la narrativa de Mateo, estos planes de la élite chocan ante la realidad del triunfo de la vida sobre la muerte. Jesús ha resucitado (Mateo 28:1-10) y ha aparecido, ha enviado a sus discípulos a proclamar su victoria sobre la muerte y su señorío sobre toda la creación (Mateo 28:16-20). En medio de esas realidades, se narra con ironía la dureza de corazón y los necios planes que dominan a los poderosos de este mundo (Mateo 28:11-15), que creen que con su dinero y poder pueden frustrar o detener la manifestación de la vida.
¡Jesús ha resucitado! Ha aparecido ante las mujeres y luego ante sus discípulos, y ya nada ni nadie puede detener la presencia de la nueva vida, de Jesús resucitado y de su comunidad.
Segundo domingo de Pascua: La misión de la Iglesia es inclusiva (27 de abril)
Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña que Jesús les había indicado. Cuando lo vieron, lo adoraron; pero algunos dudaban. Jesús se acercó entonces a ellos y les dijo: —Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo (Mt 28:16- 20).
Jesús ya les había dicho a sus discípulos que los vería en Galilea (Mateo 26:32). Galilea no era un centro de poder; era más bien parte de una región marginada y despreciada en aquel país. Sin embargo, el lugar marginal, que fue el centro del ministerio de Jesús y de su tarea discipuladora (Mateo 4:12-22), y donde se desarrolló su ministerio (capítulos 5-18), ahora se convertirá en el punto de partida de la misión de los discípulos y discípulas del Señor. Así se cumpliría la profecía de Isaías:
«Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí,
camino del mar, al otro lado del Jordán,
Galilea de los gentiles;
el pueblo que habitaba en la oscuridad
ha visto una gran luz;
sobre los que vivían en densas tinieblas
la luz ha resplandecido» (Mt 4:15-16).
Las mujeres fueron a ver a Jesús y “le adoraron” (Mt 28:1 y 9). Ahora los discípulos y apóstoles “lo vieron, y lo adoraron” (Mt 28:17), siguiendo el ejemplo de las mujeres. Se añade la nota: “pero algunos dudaban”. Todavía algunos entre ellos no logran asimilar ni creer la realidad de la resurrección.
Jesús explica a sus discípulos lo que su resurrección significa y los envía a su misión. Cuatro veces usa la palabra toda, lo que nos ayuda a comprender el alcance de sus palabras:
- Toda autoridad: Jesús es ahora Señor y soberano de toda la creación. Esta es la base desde la cual se ha de realizar la misión. Lo que el diablo le prometía bajo la condición de adorarlo (Mt 4:8-10), ahora Jesús lo conquistó por el camino de la cruz. ¡El Señor reina!
- Todas las naciones: La misión se ha de extender a todas las naciones, sin excepción alguna. Dado que Él es soberano y Señor de todas las naciones, éstas han de ser objeto de su misión. Como lo hizo Jesús, su pueblo misionero ha de llegar a todas las personas, empezando por los marginados y las marginadas. No debe hacer acepción de personas. Todas las personas pobres, enfermas, poseídas por demonios, pecadoras, estigmatizadas y excluidas por la religión y el estado, han de ser objeto de la justicia y compasión de Jesús.
- Obedecer todo: La tarea de las discípulas y discípulos es “vayan y hagan discípulos”, y el discipulado se expresa principalmente por medio de la obediencia a todo lo que Jesús ha enseñado y modelado. No hay lugar para ser selectivo en lo que obedecemos. Seleccionar textos y desarrollar una religiosidad cómoda y conveniente es contrario al seguimiento de Jesús.
- Todos los días (siempre). La misión cuenta con una promesa extraordinaria: Emanuel, Dios con nosotros. El Señor promete estar todos los días con nosotros en nuestra tarea discipuladora. En el principio del evangelio de Mateo, se nos señala que el niño que nacerá de María es Emanuel (1:23). Ahora, con un recurso literario (la inclusio) el evangelio se cierra con el mismo tema.
Así como Jesús, en su ministerio terrenal, encarnó la presencia misma de Dios con nosotros, así ahora la iglesia, en el cumplimiento de su misión, es portadora de la presencia de Dios, es la iglesia en la que Emanuel se hace presente entre las naciones.
La resurrección de Jesús nos trae alegría, celebración de la vida, y la misión ineludible de hacer discípulos. Su presencia, Dios con nosotros, nos llena de confianza y fortaleza. Hoy, en días como los que nos ha tocado vivir, en los que los proyectos de muerte de los señores de este mundo se imponen y quienes, con su dinero, compran las conciencias de muchos, como las de los guardias en la tumba (Mt 28:11-15), nuestro llamado a proclamar la victoria de la vida de Jesús y la nuestra es uno de alegría y confianza, de celebración.