Artwork: "PSALM 85" by John August Swanson

Artwork: "PSALM 85" by John August Swanson

Published on
December 3, 2025

El Salmo 46 nos ofrece un canto de confianza plena ante las crisis nacionales. Es también una confesión nacional de la profunda confianza que el pueblo ha adquirido, a partir de su liberación, que le permite celebrar a Dios como su castillo protector ante los peligros de muerte. Puede mirar el futuro con plena confianza habiendo aprendido de la reciente intervención de Dios.

Iniciamos nuestra exposición del Salmo 46 citando partes de la canción “Oro negro”, de Ana Tijoux, en la que describe la amarga realidad de las múltiples formas de guerra que experimentamos en las Américas: 

Oro Negro 

No mira ni siente, Nunca se detiene 
Solo camina con dolor permanente 

La muerte mata y mata  

nunca le basta ataca y ataca  

a quien pasa por su caminar 
Sin importar la forma de pensar. 

Arrasa con todo, dispara su rojo 
Y apunta en el ojo en nombre del oro 

En nombre de banderas y de fronteras 
En nombre de absurdos se llama guerra 

Se llama tontera en nombre de la paz 
¡Vaya locura de que somos capaz! 

Hijos, niños, familias, gritos,  

balas, bombas, conflictos malditos 
Con ira, con rabia, con tanto con tanta impotencia 
Tus manos manchadas 

¿Cuántos hermanos tendrás que matar? 
La tierra que llora se va a desangrar 
Que llegue la vida como un vendaval 

Que brote la vida que brille con fuerza 
Que irradie su luz en toda su esencia 

Oro negro, oro blanco, oro verde, oro sangre 
Oro negro, oro blanco, oro verde, oro sangre 

No paran, disparan, deciden y matan 
De traje y corbata con leyes arrasan 

Patriarcas y jefes o presidentes 
Patrones, y amos y terratenientes 
En nombre de Dios y seguridad 
En nombre de calma y de tranquilidad 

De cruces, de dogmas, de imperios 
Coronas, de credos, petróleo, todo lo devoran 

Son terroristas de estado 
Criminales sueltos por todos lados 
Ahogan la vida desde su oficina 

Mandando a sus tropas a la muerte fija 
Culpables de hacer la tierra sangrar 
Culpables de comunidades matar 

Culpables, culpables de niños llorar 
Culpables de la vida sepultar 

¿Cuántos hermanos tendrás que matar? 
¿Cuántas naciones tendrás que ocupar? 
La tierra que llora se va a desangrar 

Por tu poder que no puedes saciar 

Que llegue la vida como un vendaval 

Para sembrar flores que quieran cortar 
Que brote la vida, que brille con fuerza 
Que irradie su luz en toda su esencia. 

 

Salmo 46 

Al director musical. De los hijos de Coré. Canción según alamot 

Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, 

nuestra ayuda segura en momentos de angustia. 

Por eso, no temeremos 

aunque se desmorone la tierra 

y las montañas se hundan en el fondo del mar; 

aunque rujan y se encrespen sus aguas, 

y ante su furia retiemblen los montes. Selah 

Hay un río cuyas corrientes alegran la ciudad de Dios, 

la santa habitación del Altísimo. 

Dios está en ella, la ciudad no caerá; 

al rayar el alba Dios le brindará su ayuda. 

Se agitan las naciones, se tambalean los reinos; 

Dios deja oír su voz, y la tierra se derrumba. 

El Señor Todopoderoso está con nosotros; 

nuestro refugio es el Dios de Jacob.   Selah  

Vengan y vean los portentos del Señor; 

él ha traído desolación sobre la tierra. 

Ha puesto fin a las guerras 

en todos los confines de la tierra; 

ha quebrado los arcos, ha destrozado las lanzas, 

ha arrojado los carros al fuego. 

«Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios. 

¡Yo seré exaltado entre las naciones! 

¡Yo seré enaltecido en la tierra!» 

El Señor Todopoderoso está con nosotros; 

nuestro refugio es el Dios de Jacob   Selah 

(Salmo 46: 1-11). 

 

Posible trasfondo histórico del salmo 

El salmo 46 es un salmo de guerra. Presenta la siega de un imperio colonizador, Asiria, que amenaza con violentar la ciudad de Dios. Es probable que se refiera a la invasión de Senaquerib, rey de Asiria (Isaías 36 y 37), a fin de tomar Jerusalén durante el reinado de Ezequías, rey de Judá.    

Senaquerib representaba a uno de los poderes imperiales que, como era su costumbre, invadían y se apoderaban de los pueblos vecinos. En su campaña de conquista, Senaquerib ya había atacado y tomado “todas las ciudades fortificadas de Judá” (Is 36:1).   

El último reducto era la ciudad capital de Jerusalén. Senaquerib envió a una delegación para ofrecer a la ciudad que se rindiera; su concesión era llevarlos exiliados. Llenos de terror, los habitantes de la ciudad, Ezequías y su corte buscaron a Dios y le rogaron su protección. Dios respondió favorablemente a sus ruegos y envió a su ángel, quien mató en la noche a 185,000 soldados del campamento asirio.  

Esta gran liberación, comparable al éxodo, es posible ocasión para el salmo 46, que celebra un acto prodigioso de Dios para salvar a la ciudad de Dios, Jerusalén. Es, por ello, también una confesión nacional de la profunda confianza que el pueblo ha adquirido, a partir de su liberación, que le permite celebrar a Dios como su castillo protector ante los peligros de muerte. Puede mirar el futuro con plena confianza, habiendo aprendido de la reciente intervención de Dios.   

El mensaje del Salmo 46 

Estructura del Salmo: 

De manera natural, el salmo se divide en tres estrofas, cada una de ellas marcada por la palabra Selah, término técnico musical que no se sabe a ciencia cierta su significado, pero que marca el final de cada estrofa. 

  • Primera estrofa (vv. 1-3): Dios es nuestro amparo y fortaleza ante el caos del mundo. 

  • Segunda estrofa (vv. 4-7): Dios está con nosotros ante la violencia del imperio y las naciones enemigas. 

  • Tercera estrofa (vv. 8-11): Dios pone fin a las guerras y crea shalom porque es nuestro refugio.  

Lectura cuidadosa del salmo: 

Primera estrofa 

Podemos apreciar mejor el mensaje del salmo si evitamos, al menos en una primera lectura, una espiritualización del mismo. Hubo una guerra real, la población de la ciudad sitiada estaba aterrorizada. Los asirios eran famosos por su violencia y crueldad. Una vez que Dios liberó a la ciudad, sus habitantes prorrumpen con fuerza y hacen una confesión de confianza plena: “Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza” (v. 1).  

A partir de esa experiencia, la nación reconoce que Dios ha sido su refugio y fortaleza. Ambas imágenes, amparo y fortaleza, describen las fortalezas que las ciudades construían para protegerse de sus enemigos y dificultar cualquier invasión. Jerusalén era una ciudad amurallada y, además, tenía una fortaleza considerable.  

Sin embargo, los profetas inculcaban regularmente a la nación que pusieran su confianza en Dios para su protección ante las guerras, que tristemente fueron parte recurrente de su experiencia histórica. Ahora sabían que, como ciudad de Dios no bastaban sus propias defensas militares. La protección de Dios era y es la más importante: “Si Dios no guardare la ciudad, en vano vela la guardia” (Salmo 127:1). El salmista transforma esa realidad en una metáfora para reconocer que Dios es para su pueblo una protección mucho más segura que las que construimos. El armamentismo no basta. La repetición “nuestro amparo y nuestra fortaleza” acentúa la imponente protección que Dios es para los suyos.  

“nuestra ayuda segura en momentos de angustia” (v. 1).  

Dios es también la ayuda, socorro y asistencia que viene a rescatarnos en el momento oportuno, es segura, con plena disposición en los momentos y situaciones críticas de enormes angustias. Momentos que, en este contexto, se refieren a amenazas reales de guerra en las que peligra la vida. Es el asalto del invasor implacable que pone en riesgo nuestra existencia y que no distingue entre soldados, niños y niñas, mujeres y ancianos. Aniquila sin distinciones.  

El salmo expresa con precisión la situación de la que ha sido librado el pueblo. La palabra traducida como angustia tiene un sentido amplio: se refiere a situaciones de tribulación extrema en las cuales se experimenta desolación, terror y angustia ante la inminente extinción. La expresión “nuestra ayuda segura” significa “lo que se puede hallar o alcanzar, algo disponible. Algo existente, presente”. Por ello, la traducción propuesta por Schökel es: “auxilio en los asedios del todo disponible” (Schökel, 1992, p. 657). 

Así como el peligro de muerte está presente, también el Señor Dios está con nosotros. Ante una amenaza violenta, la protección de Dios se levanta como un alcázar inexpugnable.   

“Por eso, no temeremos” (v. 2).  

A partir de la liberación experimentada, la consecuencia de una protección firme y siempre disponible hace que la comunidad de fe pueda confesar con plena certeza su confianza, que ahuyenta el terror ante el peligro. ¡No temeremos! 

Ha sido de tal envergadura la vivencia de liberación, que el salmo mira hacia el futuro y declara que, aun ante la situación extrema de una anti creación, el pueblo estará seguro y a salvo. El mar, símbolo de la inestabilidad y hostilidad en la creación, ataca lo que es símbolo de firmeza y orden: la tierra y sus montañas. 

En su poderío y furia infernal, el mar asalta la tierra y la hace desmoronarse y hundirse; los montes tiemblan y se estremecen a causa de su violencia e impetuosidad. Toda la creación sucumbe ante el poder del caos. 

“aunque se desmorone la tierra y las montañas se hundan en el fondo del mar; aunque rujan y se encrespen sus aguas, y ante su furia retiemblen los montes. Selah” (vv. 2-3). 

Con estas poderosas imágenes el poeta representa una situación límite que amenaza no solo a su pueblo, sino a la creación misma. De esta manera, es capaz de afirmar que, aun en ese caso extremo, ¡no temeremos!   

La reciente experiencia de liberación los ha llevado a esa afirmación osada.  

Segunda estrofa 

“Hay un río cuyas corrientes alegran la ciudad de Dios, la santa habitación del Altísimo” (v. 4). 

Encontramos aquí una imagen: un río cuyas corrientes vigorizan y hacen que se regocije la ciudad de Dios, la morada del Altísimo. Ante un sitio en situación de guerra, el acceso al agua era fundamental para la resistencia. Privar de alimento y agua, por parte del ejército invasor, era una manera eficaz de doblegar a los habitantes de la ciudad asediada. 

Esta ciudad de Dios cuenta con un río que, como fuente de vida, le suple el líquido vital para subsistir y resistir los embates enemigos. Se amplía aquí la nota sobre la ciudad para recordarnos que no es una ciudad cualquiera: es la santa habitación del Altísimo.   

“Dios está en ella, la ciudad no caerá” (v.5).  

El río, como fuente vital de vida frente a las amenazas de los poderes de la muerte, es testimonio de la presencia de Dios en medio de su gente: Dios está en medio de ella. En consecuencia, la ciudad no caerá en manos de sus atacantes. 

“al rayar el alba Dios le brindará su ayuda” (v. 6).  

El amanecer era el momento habitual del ataque, y es en ese momento cuando Dios brinda su ayuda. Es interesante que, en el asedio de Senaquerib, cuando se espera el ataque, es precisamente al rayar el alba cuando leemos que: “Entonces el ángel del Señor salió y mató a ciento ochenta y cinco mil hombres del campamento asirio. A la mañana siguiente, cuando los demás se levantaron, ¡allí estaban tendidos todos los cadáveres!” (Isaías 37:36). 

El momento de mayor pavor es cuando Dios interviene para salvar a su pueblo. Cuando se esperaba la invasión, el Señor muestra su poder liberando a su gente de sus enemigos. 

“Se agitan las naciones, se tambalean los reinos” (v. 6). 

Como en la estrofa anterior, en la que las aguas del mar rugen y se encrespan, así ahora las naciones, como un mar convulso, se agitan y sus reinos tambalean. Los reinos de las naciones, de modo similar al Salmo 2, hacen guerra contra la ciudad de Dios; pero en su feroz ataque serán destruidos.  

“Dios deja oír su voz, y la tierra se derrumba” (v. 6).  

Basta una palabra, su Palabra, para que la tierra tiemble y se tambalee, y con ella el ejército invasor. Este tema se repite en algunos de los profetas cuando, en contextos de guerra e invasiones, Dios interviene a favor de los suyos, y su presencia salvadora tiene efectos cósmicos (ver Jr 25:30; Jl 2:10-11 y 3:16; Mt 24:29). Se trata, sin duda, de una hipérbole que, no obstante, deja ver los efectos de largo alcance de la acción salvadora de Dios.  

“El Señor Todopoderoso está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob. Selah” (v. 7). 

El estribillo ahora confirma la confesión con que el salmo inició: es su eco. Jehová de los ejércitos (RVR60), que es un título militar, o El Señor Todopoderoso (NVI), está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob. 

El Dios de Jacob es un título muy sugestivo. Es un recordatorio de las promesas incondicionales que Dios hizo a Jacob cuando huía para salvar su vida y Dios se le apareció en un sueño en Betel (Gn 28:10-22). Hay dos elementos que podemos rescatar de ese relato. Primero, Jacob huye de su hermano porque lo ha engañado. Y Jacob, el suplantador, sufre las consecuencias de sus errores y pecados. Segundo, en ese mismo contexto, Dios es fiel a sus promesas hechas a Abrahán e Isaac y se las confirma a Jacob. Y entonces, le asegura: “Yo estoy contigo. Te protegeré por dondequiera que vayas, y te traeré de vuelta a esta tierra. No te abandonaré hasta cumplir con todo lo que te he prometido” (Gn 28:15). 

Esta promesa que el Dios de Jacob hace es el corazón del salmo 46: Yo estoy contigo… El Señor Todopoderoso está con nosotros.  

En la primera estrofa, la imagen es la de las fuerzas del caos y desorden que atacan la tierra y los montes, salen de sus límites para destruir la creación. En esta estrofa, los reyes de las naciones se levantan contra la ciudad de Dios para invadirla y acabar con ella. En ambos casos, la presencia de Dios en medio de su pueblo es como un río apacible que le otorga vida y confianza en medio de las amenazas mortales. 

Dios está con su pueblo como refugio y alcázar, y por medio de su palabra creadora destruye a los enemigos y da seguridad y protección a su iglesia; esa es la razón de su plena confianza. A causa de la presencia de Dios entre los suyos y su ayuda siempre oportuna, la nación puede confesar con plena confianza: ¡No temeremos! 

El Señor Todopoderoso está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob. 

Tercera estrofa

“Vengan y vean los portentos del Señor; él ha traído desolación sobre la tierra” (v. 7). 

Dos llamados imperativos del salmista convocan al pueblo a presenciar los portentos del Señor.   

El pueblo, antes amedrentado, ahora es llamado a ser testigo de lo que Dios ha hecho: “Vengan y vean”. Volviendo a la narración de Isaías 37, la invasión de Senaquerib, leemos que, cuando en la mañana los israelitas salieron de la ciudad a ver lo que pasaba con el ejército invasor: “¡allí estaban tendidos todos los cadáveres!” (Is 37:36). 

Dios había eliminado a sus enemigos; había “traído desolación sobre la tierra”. Cumplió su promesa de proteger la ciudad. El pueblo es convocado a ver lo que Dios hace por los suyos.  

“Ha puesto fin a las guerras en todos los confines de la tierra; ha quebrado los arcos, ha destrozado las lanzas, ha arrojado los carros al fuego” (v. 9).  

La visión de esta liberación nacional se expande para describir los propósitos de Dios como artífice de la paz, del shalom, en todo el mundo: “Ha puesto fin a las guerras”. 

Además, la descripción se torna universal y se extiende a todos los confines de la tierra. Como sucedió en las imágenes de las dos primeras estrofas, que describen una situación particular en términos cósmicos y mundiales, así también ahora, la experiencia de liberación de la ciudad de Dios se amplía a todo el orbe. La experiencia durante esta invasión es, a su vez, anticipo del futuro. 

Esta visión de poner orden al caos, a la violencia y a las guerras de las naciones concuerda con las profecías de Isaías y Miqueas, entre otros, que describen el fin último de Dios de crear la paz. La artesanía divina tiene como meta final hacer un mundo de armonía destruyendo las herramientas de muerte. Nótese que Dios no destruye a los señores de la guerra, sino sus armas letales: “ha quebrado los arcos, ha destrozado las lanzas, ha arrojado los carros al fuego”. 

Así lo describe elocuentemente el profeta Isaías, que no sólo describe la destrucción de las armas, sino que prevé una transformación: de armas de destrucción a herramientas para la construcción: “Él juzgará entre las naciones y será árbitro de muchos pueblos. Convertirán sus espadas en arados y sus lanzas en hoces. No levantará espada nación contra nación, y nunca más se adiestrarán para la guerra” (Is 2:4). 

Miqueas usa exactamente éstas mismas palabras y añade un clímax a su visión de paz: “Cada uno se sentará bajo su parra y su higuera; y nadie perturbará su solaz” (Mi 4:4). 

Es inevitable pensar en Efesios 2, donde se describe a Jesús, nuestro Señor, como artesano de la paz en un contexto de hostilidades étnicas y religiosas: 

Porque Cristo es nuestra paz: de los dos pueblos ha hecho uno solo, derribando mediante su sacrificio el muro de enemistad que nos separaba, pues anuló la ley con sus mandamientos y requisitos. Esto lo hizo para crear en sí mismo de los dos pueblos una nueva humanidad al hacer la paz, para reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo mediante la cruz, por la que dio muerte a la enemistad. Él vino y proclamó paz a ustedes que estaban lejos y paz a los que estaban cerca.  Pues por medio de él tenemos acceso al Padre por un mismo Espíritu (vv. 14-18). 

En los últimos versículos, Dios mismo pronuncia dos imperativos con doble destinatario. A su pueblo lo llama a estar quieto y reconocer su señorío, su poder. Es similar al llamado que les hizo durante el éxodo, que sirve como tipo y modelo de la presente liberación: 

No tengan miedo—les respondió Moisés—. Mantengan sus posiciones, que hoy mismo serán testigos de la salvación que el Señor realizará en favor de ustedes. A esos egipcios que hoy ven, ¡jamás volverán a verlos! Ustedes quédense quietos, que el Señor presentará batalla por ustedes (… ). Y al ver los israelitas el gran poder que el Señor había desplegado en contra de los egipcios, temieron al Señor y creyeron en él y en su siervo Moisés (Ex 14:13-14, 31). 

Ese fue el efecto que tuvo en los israelitas: estar quietos y presenciar los portentos del Señor los llevó a confiar, temer y creer en su Dios. 

Pero también el llamado: “Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios”, puede  dirigirse a las naciones violentas e invasoras. Por ello, Schökel traduce este llamado así: “Rendíos y reconoced que soy Dios”. Es un llamado a deponer las armas, similar al Salmo 2:10-12: 

Ustedes, los reyes, sean prudentes; 

déjense enseñar, gobernantes de la tierra. 

Sirvan al Señor con temor; 

con temblor ríndanle alabanza. 

Bésenle los pies, no sea que se enoje 

y sean ustedes destruidos en el camino, 

pues su ira se inflama de repente. 

Dios mismo anticipa su exaltación y el reconocimiento de todas las naciones como Dios soberano: “¡Yo seré exaltado entre las naciones! ¡Yo seré enaltecido en la tierra!” 

La exaltación final de Dios está garantizada. De allí la fuerza del llamado a la conversión de los rebeldes y violentos.  

“El Señor Todopoderoso está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob” (v. 11). 

El salmo concluye con el estribillo que hemos encontrado ya anticipado al inicio del salmo y luego al final de la segunda estrofa. La presencia de Dios, refugio oportuno de su pueblo ante las amenazas de muerte, es fuente de fortaleza y seguridad. 

¿Cómo leer el Salmo 46 hoy?  

Las Américas y las naciones caribeñas hemos vivido, y seguimos viviendo, situaciones de guerra crueles y devastadoras. A veces de parte de ejércitos invasores, muchas más por guerras civíles o movimientos insurgentes contra regímenes opresores. Otras veces, por las organizaciones críminales de tráfico de drogas, personas y órganos, que producen violencia armada y muerte entre la población civil. Tristemente, también vemos a gobiernos que intentan deportar o eliminar a inmigrantes y les persiguen como si fueran los peores criminales. La destrucción de familias, jóvenes, niñas y niños es devastadora y no parece tener fin.  

El genocidio en Gaza contra los palestinos es perverso. A pesar de que se realiza a los ojos de todo el mundo, los políticos y jefes de estado no hacen nada por detenerlo, con muy contadas excepciones.  

¿Qué significa en esas situaciones el Salmo 46? ¿Cómo podrán los padres palestinos declarar su confianza en Dios en tales circunstancias de muerte? ¿Cómo pueden expresar su fe las madres de los miles de desaparecidos y desaparecidas en nuestras tierras? ¿Qué podemos decir ante los miles de vidas que se consumen por el consumo de drogas letales? 

Sabemos que, aun en medio de ese caos creado por los poderosos y poderosas del mundo, Dios está actuando a favor de las víctimas. Hay muchas señales de esperanza que nos permiten discernir la presencia de Dios en este convulso y despiadado mundo. Y surgen desde abajo, de entre la gente sin voz y sin poder, pero que a menudo actúan con mayor humanidad y empatía junto a los condenados de la tierra. Las marchas que se siguen multiplicando, la valentía de personas de influencia que se exponen a costa de su propio bienestar, las madres buscadoras que no cesan en su terco esfuerzo por encontrar a familiares desaparecidos, y la flotilla humanitaria para la sobrevivencia de los palestinos. Y en esos casos podemos decir: El Señor Todopoderoso está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob. 

Recomendamos cantar el Himno 651, llamado el himno de Lutero, “Castillo Fuerte” en el himnario Santo, Santo, Santo. Cantos para el pueblo de Dios