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December 16, 2025

En el corazón de Puerto Nuevo, una comunidad de fe ha decidido dar un paso firme hacia el futuro: abrir el púlpito a las mujeres laicas, reconociendo su llamado, su voz y su liderazgo espiritual. El proyecto impulsado por la Iglesia Presbiteriana de Puerto Nuevo, en San Juan, Puerto Rico, no solo ha transformado la dinámica interna de la congregación, sino que también ha dejado huellas en otras iglesias y denominaciones de la isla.

Para el reverendo Richard Rojas, pastor de la congregación, la motivación detrás de esta iniciativa nace de dos razones fundamentales: “Hay dos razones importantes que nos motivaron”, explica. “Una tiene que ver con la representatividad de la mujer en el púlpito. Es importante para nosotros que la mujer tenga un mayor protagonismo dentro del púlpito de la iglesia. La otra razón surge de la necesidad de suplir púlpitos, porque hay menos vocaciones y más iglesias sin pastores y pastoras. Necesitamos suplir esa necesidad, y de ahí surge la idea del proyecto”.

Esta visión no se trata solo de una respuesta práctica, sino también teológica. Rojas destaca que históricamente los espacios eclesiales han sido ocupados por hombres, y eso ha moldeado la experiencia de fe de generaciones. “La historia ha comenzado a dar un giro”, señala. “La composición de nuestras iglesias es mayoritariamente femenina, y sin embargo, en muchas congregaciones los hombres hablan y ellas escuchan. Pero Jesús incluyó a las mujeres en su ministerio. Queremos insertarlas en el centro de la iglesia, no como apéndices ni como quienes realizan tareas domésticas extendidas, sino como protagonistas del Evangelio y modelos para las nuevas generaciones”.

Una respuesta que superó expectativas

Cuando la coordinadora del proyecto, Denisse Santiago, ayudó a abrir la convocatoria, jamás imaginó el alcance que tendría. “Inicialmente pensábamos hacerlo para una cantidad limitada de mujeres, pero la inscripción se llenó rápidamente”, relata. “Llegaron mujeres de fuera de la Iglesia Presbiteriana, incluso de otras denominaciones. Fue bien recibido. Todas las participantes estaban deseosas de seguir aprendiendo y ya han recibido invitaciones de diferentes iglesias para predicar. Lo que se sembró ya está dando fruto”.

Santiago, quien también forma parte del grupo de mujeres predicadoras formadas a través de los talleres, reconoce el impacto personal que tuvo la experiencia: “Definitivamente uno sigue aprendiendo. Los tres talleres nos dieron mucho conocimiento, cosas que podemos poner en práctica. Nos ayudaron a meternos en el texto bíblico y asegurarnos de no soltar la teología al predicar y de llevar el mensaje con profundidad y autenticidad”.

Desafíos que se transforman en oportunidades

No todo fue sencillo. La líder laica Ana López reconoce que los desafíos fueron tan grandes como las oportunidades. “El mayor desafío fue la gran necesidad. El proyecto fue diseñado para un número específico de personas, pero quedaron muchas fuera que querían participar. También aprendimos que debíamos pensar más allá de nuestra denominación porque el interés se extendió mucho más de lo que imaginábamos. Fue algo muy bien acogido”.

A pesar de las limitaciones, López destaca que el impacto generacional ha sido evidente. “Había participantes de diferentes edades: desde mujeres de 40 años hasta una de casi 80 años. Para las mayores, esto fue una oportunidad que la cultura les había negado. Una de ellas dijo que se sentía más empoderada, que por fin podía hacerlo. Las generaciones más jóvenes, por su parte, ya ven este liderazgo como algo normal, aunque todavía queda mucho por avanzar”.

Un espacio de seguridad, comunidad y esperanza

Lucy Cuevas, una de las participantes, comparte cómo esta experiencia ha traído seguridad y sentido de pertenencia. “Ha sido una experiencia de confianza. Ahora sabemos que no importa la edad que tengas, puedes hacerlo. Es una motivación: decirte a ti misma ‘yo puedo’. Además, tenemos apoyo. Si surge una duda, hay con quien hablar, con quien reunirnos y aprender juntas”.

Ese sentido de comunidad se ha extendido más allá del templo. Las participantes mantienen contacto constante a través de un chat donde comparten dudas, testimonios y logros. “Ellas preguntan, cuentan de sus experiencias predicando en otras iglesias. Ves cómo crecen y cómo se alegran. Es una emoción ver a alguien que antes se sentía callada, ahora expresarse con libertad”, dice Cuevas emocionada. “Una cosa es hablar de esto, pero otra es vivirlo”.

López coincide: “Después del cierre oficial, ellas siguieron reuniéndose. La asistencia fue casi perfecta, y muchas pidieron continuar. Querían más. Este proceso no terminó; abrió una puerta”.

Justicia histórica y nueva visión pastoral

El pastor Rojas ve en este proyecto algo más que un esfuerzo educativo: lo entiende como un acto de justicia espiritual. “Esto es un reconocimiento abierto a un pecado histórico: hemos silenciado la voz de la mujer”, afirma. “Durante siglos, el poder y el control dentro de la iglesia se concentraron en el varón. Pero ahora es nuestra tarea abrir espacios intencionalmente”.

Y lo ha hecho desde el ejemplo: “En mis vacaciones, cuando me ausento de la congregación, intencionalmente invito a mujeres a predicar. En los últimos aniversarios de la iglesia también han predicado mujeres. De las cuatro semanas que estuve fuera, tres fueron mujeres, dos de ellas formadas en este taller. Llevar a la práctica esta visión significa hacer ajustes y abrir espacios donde las nuevas generaciones puedan validarse y decir: ‘ese espacio también es para mí’. Es una manera de hacer justicia”.

Una huella para el futuro

Además de la formación, el equipo decidió documentar la experiencia para dejar un registro duradero. “Utilizar la tecnología y grabar estas experiencias crea una huella histórica”, comenta Rojas. “Aunque nosotros no estemos, el internet seguirá allí. Este proyecto servirá para que otras personas puedan acceder a este testimonio en el futuro. Cuando la historia se revise, quedará constancia de que algo se hizo para abrir nuevos espacios y crear comunidades más inclusivas”.

Para el pastor, este esfuerzo tiene también un significado teológico profundo. “El cristianismo contemporáneo enfrenta una crisis de identidad. No sabe quién es ni hacia dónde va. Este proyecto, aunque pequeño, es una pista que dejamos al cristianismo puertorriqueño, local y global. El Espíritu nos está guiando a abrir espacios para escuchar voces que por mucho tiempo clamaban ser escuchadas. Decir que la mujer laica es la respuesta a la iglesia es un mensaje importante, relevante y una llave que abre muchas puertas”.

En Puerto Nuevo, esta congregación ha demostrado que el Evangelio sigue vivo cuando se encarna en nuevas voces, nuevas generaciones y nuevas esperanzas. La voz de la mujer, antes silenciada, ahora resuena desde el púlpito como testimonio de fe, justicia y renovación espiritual.