El mes de octubre es considerado por muchas de las denominaciones históricas como el mes de la Reforma Protestante. En consecuencia, presentamos una serie de reflexiones que servirán para hacer memoria y a la vez rescatar aquellas lecciones que podemos y debemos apropiarnos. Consideraremos los lemas de la Reforma y su relevancia el día de hoy.
Domingo 27 del segundo tiempo ordinario (entre el 2 y el 8 de octubre)
Origen histórico de la reforma protestante.
El 31 de octubre de 1517 el monje agustino Martín Lutero clavó un documento en la puerta de la iglesia de Wittenberg con 95 tesis en las que cuestionaba abiertamente la venta de las indulgencias que venía haciendo la Iglesia Católica[1]. Con ese acto aparentemente insignificante puso en marcha un movimiento que puso la Biblia en las manos del pueblo, proclamó la salvación gratuita por la fe en Jesucristo y liberó la conciencia de la gente de los controles y ataduras que la iglesia católica romana había impuesto sobre todos.
Eso sucedió con los reformadores del siglo XVI. Se atrevieron, en nombre de Dios, a desafiar una religión totalitaria e intolerante, para asegurar que no se hiciera un negocio de la religión, y que la gente tuviera libre acceso a leer la Palabra de Dios. Esto era posible gracias a la “invención” de la imprenta por Johannes Gutenberg en el siglo anterior en Europa (ya los chinos había creado la primera imprenta muchos siglos antes) que hacía posible la difusión de la Biblia a nivel popular. El esfuerzo de los mismos reformadores por traducir la Biblia a sus idiomas vernáculos (Lutero es el caso ejemplar) hizo posible que aquella transformación se cristalizara y transformara aquellas sociedades.
En los principios de la Reforma protestante, surgieron tres grandes ramas de la misma: La luterana, la calvinista y la anabautista, que en realidad representó el lado más radical de la Reforma. Así fue llamada por su carácter radical de ruptura con las anteriores modalidades del cristianismo. Por lo menos podemos mencionar dos aspectos: su ruptura con los poderes temporales (sumisión a los príncipes) y una teología y liturgia más libres, alejadas de la herencia católico-romana. La luterana y la calvinista mantuvieron muchos elementos litúrgicos, teológicos y de relación estrecha con los poderes políticos. No fueron iconoclastas sino que buscaron conservar aquellos elementos de la tradición cristiana que, en su comprensión, seguían siendo relevantes para la renovada fe cristiana protestante.
Domingo 28 del segundo tiempo ordinario (entre el 9 y el 15 de octubre)
Esta semana, iniciaremos nuestras reflexiones sobre los lemas de la Reforma. Estos son herencia común de las iglesias protestantes y evangélicas. Cada generación de cristianos tiene el desafío de apropiárselas, ya que les pertenecen. Estoy convencido que su pertinencia es evidente y que aún pueden enriquecernos de manera significativa.
Son cuatro los lemas de la Reforma que brevemente mencionamos, por representar el espíritu y carácter de este movimiento.
Sola Escritura (la Biblia es la única fuente de autoridad).
“Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra.” (2 Ti. 3:16-17).
Este pasaje bíblico nos enseña que la Escritura es nuestra fuente de fe y de vida. Ella nos enseña, corrige y transforma para que andemos en el camino de la justicia y seamos capaces de vivir de manera agradable a Dios.
Al afirmar esta enseñanza fundamental, los reformadores se distinguían de la Iglesia Católica Romana que afirmaban que la Biblia más la tradición (las enseñanzas de la Iglesia) y los pronunciamientos oficiales de la Iglesia tenían la misma autoridad.
Los reformadores dijeron que solamente la Biblia es nuestra regla de fe y conducta. En su postura, dejaban en claro que ninguna tradición, por respetable que sea, puede ponerse encima ni al lado de la Palabra de Dios. Nuestra fe (lo que creemos) y nuestra práctica (cómo vivimos) deben estar normados por la Biblia. Y es la Palabra de Dios la que nos da vida y hace posible que vivamos de acuerdo a la voluntad de Dios.
Gracias a ese postulado la Biblia vino a ser central en el culto y vida de los protestantes. Tanto Lutero como Calvino leyeron y conservaron tradiciones teológicas que consiraban relevantes y pertinentes para la vida de las nacientes iglesias. Sin embargo, dejaron muy en claro que dichas tradiciones no estaban por encima de la Palabra de Dios.
Este principio fundamental de la fe reformada significó una ruptura con el control que ejercía la iglesia católico-romana sobre el pensamiento y cosmovisión de occidente. La Iglesia Católica Romana determinaba lo que la gente debía creer, pensar y hacer. El control se ejercía sobre la religión, la educación y la cultura en general. Las iglesias y escuelas estaban bajo la custodia de la jerarquía romana. No había posibilidad de expresiones científicas, culturales, artísticas y mucho menos religiosas sin la sanción y aprobación de la Iglesia. La inquisición, el brazo armado del estado, se encargó de hacerlo efectivo. Era un sistema totalitario que ya se había empezado a resquebrajar con el Renacimiento y al que la Reforma contribuyó a reducir en Europa. La Revolución francesa fue en muchos sentidos la culminación de ese proceso de secularización.
La Reforma impulsó definitivamente el nacimiento del mundo moderno, postulando el libre examen, la libertad de conciencia y el desarrollo de la ciencia y la cultura libres del control eclesiástico.
En nuestros países latinoamericanos este fenómeno ha sido un proceso lento, intermitente e incluso interrumpido por nuevas modalidades y rostros del protestantismo. Como tal, la Reforma se inició tardíamente en los países latinoamericanos, recién hasta la segunda mitad del siglo XIX, y lentamente se ha ido experimentando y arraigando en nuestro suelo. Hoy es uno de los legados más apreciados y celebrados por nuestras iglesias. Aunque las tentaciones y prácticas inquisitoriales no están del todo ausentes de nuestra experiencia eclesial, coomo tampoco lo están los recurrentes esfuerzos de líderes eclesiasticos evangélicos y protestantes por controlar el pensamiento y conducta de sus seguidores. Estos imponen sus dogmas e interpretaciones para contralorar a sus iglesias y mantenerlas encerradas en legalismos estériles.
Tampoco está ausente el oscurantismo propio del medievo. Lo que podríamos llamar la opción preferencial por la ignorancia, o lo que un colega mío mexicano llamó “la glorificación de la ignorancia”. Dice un intelectual mexicano, Carlos Monsiváis, que los cristianos evangélicos no sólo somos monoteístas sino también monoculturales, es decir, que no sabemos hablar más que de la Biblia. Esto en sí no es malo, pero sospecho que estamos perdiendo incluso esa fortaleza. Las nuevas generaciones de evangélicos no conocemos bien la Biblia. Sospecho que sabemos más las canciones evangélicas que los salmos.
Debemos preguntarnos a la luz de este lema ¿qué lugar tiene hoy día la lectura, el estudio, y la memorización de la Biblia? ¿Hasta dónde sigue siendo cierto que somos el pueblo de la Biblia?
Quizás sea mucho pedir que, además de ser buenos conocedores de las Escrituras, nos caractericemos por ser un pueblo culto e instruido, como sucedió con los pioneros del movimiento evangélico en las primeras décadas del siglo XX. Pero si vamos a tener un impacto en nuestra sociedad, es imperativo que hagamos de la lectura un hábito imprescindible y una práctica comunitaria cotidiana. Las acciones de los evangélicos a nivel continental dejan mucho qué desear.
No olvidemos que bajo el lema de Sola Escritura se postuló el libre examen, la libertad de conciencia y el desarrollo de la ciencia y la cultura libres del control eclesiástico.
Domingo 29 del segundo tiempo ordinario (entre el 16 y el 22 de octubre)
Sola gracia
“Esta justicia de Dios llega, mediante la fe en Jesucristo, a todos los que creen. De hecho, no hay distinción, pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó.” (Rom. 3:22-24).
“Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte.” (Ef. 2:8-9).
Por medio de este lema, la Reforma protestante confesaba que la salvación es obra exclusiva de Dios. Él nos da la salvación gratuitamente, sin tomar en cuenta nuestros méritos u obras. Es un regalo de Dios que no podemos comprar ni ganarnos con buenas obras, pero si recibirlo con fe, gratitud y humildad.
Tal como sucedió en los días de Jesús con el sistema religioso judío, este postulado tenía tremendas implicaciones económicas, para un sistema y estructura religiosos que vivían de la fe, ingenuidad, y temores de la gente. Puesto que la gente no tenía acceso a la Palabra de Dios, la jerarquía católico-romana mantenía a la gente sumida en la superstición e ignorancia. Así podían enseñarle que la Iglesia era administradora de los méritos de los santos y que los podía poner a la disposición de la gente, en forma de indulgencias, que se adquirían mediante un acto de compra-venta. Se podía comprar la salvación con dinero.
Para Lutero, textos como los que hemos citado fueron un extraordinario descubrimiento, liberador y transformador. Muy pronto descubrió que su atormentada conciencia podía ser aliviada y puesta en paz, gracias al sacrificio redentor de Jesús que hace posible nuestro perdón y restauración. Es un regalo que no merecemos pero que Dios en su misericordia incomprensible nos da gratuitamente.
La Sola gracia es una verdad con enorme vigencia para todos los cristianos. La religión sigue siendo un gran negocio para muchos (teología de la prosperidad y pastores colectando el diezmo durante la pandemia) y hoy día en el mundo evangélico hay muchos casos de líderes que se enriquecen en el nombre del humilde carpintero de Nazaret.
Recibir con gratitud y humildad el perdón de Dios gracias a la muerte de Jesús, nos trasforma y nos dispone para su servicio.
Domingo 30 del segundo tiempo ordinario (entre el 23 y el 29 de octubre)
Sola fe
“Pero la justicia que se basa en la fe afirma … ¿Qué afirma entonces? «La palabra está cerca de ti; la tienes en la boca y en el corazón.» Ésta es la palabra de fe que predicamos… que, si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo.
Así que la fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la palabra de Cristo.” (Ro. 10: 6, 8, 17).
“Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte.
Porque somos poema (hehura) de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica” (Ef. 2:8, 10).
Si la gracia apunta a Dios como la fuente de donde procede nuestra salvación, y no a nosotros, la fe se contrapone a las buenas obras como camino para obtener la salvación. El medio que Dios ha hecho posible para nuestra salvación es la fe.
Pero la fe, como dice Efesios, es un regalo de Dios. Por medio de su Palabra predicada, Dios produce en nosotros el fruto de la fe. La Palabra es la buena semilla que Dios hace germinar y dar fruto. Ella nos hace nacer a una nueva vida en la que confesamos a Jesús como Señor y creemos en su resurrección.
Pero además, esa fe nos mueve a realizar buenas obras, no para ganar nuestra salvación, que ya hemos recibido por gracia, sino como expresión de nuestra gratitud por tan inmenso regalo que dios nos ha dado. “Al que mucho se le perdona, mucho ama.”
La justificación por medio de la fe es uno de los pilares de la fe reformada desde sus orígenes. Entre otras cosas, es una declaración doctrinal de que los escritos bíblicos se oponen al legalismo judaico. Este hacía de las obras y de la observación puntual de ritos y ceremonias un camino para estar bien con Dios.
Cuando observamos los muchos legalismos que prevalecen en nuestras iglesias debemos preguntarnos ¿hasta dónde hemos asimilado y practicado la salvación por medio de la fe?
¿Hasta dónde hemos entendido la gracia de Dios, su gratuidad?
Domingo 31 del segundo tiempo ordinario (entre el 30 de octubre y el 5 de noviembre)
Solo Cristo.
“—Yo soy el camino, la verdad y la vida—le contestó Jesús—. Nadie llega al Padre sino por mí.” (Jn.14:6)
“Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, quien dio su vida como rescate por todos.” (1 Ti. 2:5-6).
Según la enseñanza bíblica, la salvación nos viene única y exclusivamente por el sacrificio de Jesucristo. Su muerte es suficiente para nuestra salvación. El es el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino es por medio de él.
Esto no sólo eliminaba la necesidad de santos, vírgenes y el sacerdocio, como mediadores entre Dios y los seres humanos, sino además socavaba las bases de todo el sistema político y eclesiástico imperante. Si la gente tenía acceso directo al Padre por medio de Jesucristo, ¿qué necesidad tenía de una iglesia y un sacerdocio que se decían ser los mediadores y representantes de Dios en el mundo?
Esto sin duda nos alerta de la tentación de crear lo que se han llamado “catolicismos de sustitución”. Es decir, repetir en una modalidad evangélica las distorciones del sacerdocio católico-romano. Y lamentablemente se da con frecuencia entre nuestras iglesias evangélicas. Incluso hay movimientos contemporáneos que buscar establecer modelos jerárquicos en el mundo evangélico. El apostolado, el patriarcado y la aparición de profetas.
Que Dios nos ayude para que esta memoria de la Reforma protestante nos lleve a apropiarnos de su legado y podamos transformar nuestras iglesia y nuestra vida.
Soli Deo Gloria.
[1] Les recomiendo el libro de Justo L. González y Alberto L. García eds., Nuestras 95 Tesis. A quinientos años de la Reforma. Los diferentes capítulos han sido escritos por personas que reflexionan sobre la Reforma protestante desde sus respectivas tradiciones, incluyendo la católica romana. Al final se presenta una relectura de las 95 tesis de Lutero y su pertinencia para nuestros días.