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On the campus of Calvin University and Calvin Theological Seminary
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Que sean bendecidos quienes no pueden ser aislados.
Que sean bendecidos los doctors, enfermeras, capellanes y personal médico. Que sean bendecidas las manos que limpian y desinfectan, las palmas que brillan con el aceite que sana. Que sean bendecidos los hombros que cargan el peso de la vida y de la muerte. Que sean bendecidos los pies que duelen por estar de pie a lado de camas e ir de habitación en habitación. Que sean bendecidos los corazones que están asustados y rotos.
Que sean bendecidas las madres y padres, abuelas y abuelos, hermanas y hermanos, compañeros y amigos que no pueden ir a casa. Que sean bendecidas las familias que fueron aisladas entre ellos, aquellos que sacrifican su propia comodidad para que nosotros no estemos solos en nuestro sufrimiento.
Que sean bendecidos los que están enfermos y muriendo, aquellas personas que cargan a Cristo frente a nosotros. Que sean bendecidos quienes creen que cuando una parte del Cuerpo de Cristo sufre, todos sufrimos.
Que sean bendecidos quienes ven este trabajo sagrado como un don. Que sean bendecidos quienes no tienen lo suficiente. Que sean bendecidos aquellos que están agobiados. Que sean bendecidos aquellos a quienes les falta espacio para procesar todo lo que está por venir.
Que sean bendecidos quienes se encuentran llorando en esquinas secretas de una sala de emergencia para que podamos ver un rostro fuerte para acoger nuestra necesidad. Que sean bedecidos quienes lloran abiertamente con nosotros, para que incluso nuestras lágrimas tengan compañía.
Que tú seas bendecido, oh Dios, quien en el silencio sostienes a cada uno de nosotros a lo largo del camino. Ven pronto, quédate. Ámanos mientras vemos lo peor, y danos la esperanza que necesitamos para ver nuestra salida.
