Respirar para sacar la voz,
despegar tan lejos como un águila veloz,
respirar un futuro esplendor
cobra más sentido si lo creamos los dos.
Liberarse de todo el pudor,
tomar de las riendas no rendirse al opresor,
caminar erguidos sin temor,
respirar y sacar la voz.
Ana Tijoux
Consideramos en al anterior artículo que Pablo ha pagado un enorme precio por su testimonio, la prisión, por atreverse a hablar de las buenas noticias de Jesús. Ahora veremos en qué consiste el testimonio y cómo se da a conocer, con dignidad y libertad.
Una iglesia inclusiva, hospitalaria y en la que hay lugar para todas las personas
Ahora Pablo expresa el contenido de su mensaje que es la razón de su encarcelamiento: La iglesia que Jesús quiere es una iglesia que invita e incluye a todo tipo de personas. El judaísmo de esos días, como religión oficial y dominante, era para judíos de raza y religión. Si alguna persona quería unirse a su comunidad religiosa, debía pasar por un proceso proselitista y “educativo,” que, una vez concluido, la persona aspirante podía ser parte de la comunidad, siempre con el estigma de miembros de segunda y tercera clase.
Así expresa Pablo su testimonio, con una enorme alegría y admiración:
El evangelio, es decir, el misterio que [Dios] me dio a conocer por revelación… 5 Ese misterio, que en otras generaciones no se les dio a conocer a los seres humanos, ahora se les ha revelado por el Espíritu a los santos apóstoles y profetas de Dios;
Y este es el contenido de dicho misterio, el corazón de las buenas noticias:
6 es decir, que los gentiles son, junto con Israel, beneficiarios de la misma herencia, miembros de un mismo cuerpo y participantes igualmente de la promesa en Cristo Jesús mediante el evangelio.
Desde el inicio de la carta, Pablo ha venido desarrollando, en un contexto litúrgico, la visión que recibió de Dios con respecto a la Iglesia y el papel central que ella tiene en el plan de Dios como agente privilegiado de la reconciliación. En el contexto del Reino de Dios y el Señorío de Jesús (1:10, 20-23), Dios ha llamado y formado la iglesia para que sea primicias e instrumento de la re-unión de toda la creación. Es a la luz de esa visión que la identidad personal del apóstol cobra un nuevo significado, que puede interpretar su propio ministerio/servicio en un contexto cósmico y eterno y que su misión en el mundo se reviste de relevancia y urgencia. Así debe ser con nosotros. La Iglesia es para todas las personas, sin excepción alguna.
Recordemos cómo les fue revelado a los apóstoles dicho misterio. Fue por medio de una lectura de la realidad, de lo que Dios estaba haciendo en el mundo, que los apóstoles aprendieron las lecciones fundamentales de la naturaleza de la nueva Iglesia. Fue una revelación que Dios les hizo al incluir a los gentiles en el pueblo de Dios, pasando por alto las regulaciones y dogmas que los judíos habían impuesto por siglos sobre los nuevos convertidos para recibirlos en la iglesia.
El caso de Pedro
La manera en que Dios convirtió a Pedro a esta nueva comprensión y práctica en la comunidad cristiana es paradigmática. Pedro es llevado paso a paso (de Jerusalén a Lida y luego a Jope), en dirección de la casa de Cornelio (Hech 9:32-43). En Jope recibe una triple visión que lo lleva paulatinamente a renunciar a su perspectiva cerrada y dogmática sobre lo puro y lo impuro (Hch 10:9-19). Finalmente, ya en casa de Cornelio, es sorprendido por la iniciativa de Dios de derramar su Espíritu sobre la familia de Cornelio (10:20-48) tal como lo había hecho en Pentecostés con los judíos creyentes (11:1-18). La iglesia primitiva judía y sus líderes tienen que aceptar lo que Dios está haciendo al incluir a todos y todas en igualdad de condiciones en la nueva comunidad y familia que es la Iglesia (Hch 15).
Es cierto que la revelación se da en muchos casos de manera mística y espiritual (con sueños, revelaciones directas, iluminación, etc.) pero también por medio de lo que Dios hace en el mundo. En este caso, es la reconciliación e inclusión que Dios está haciendo en el mundo, llamando a toda la humanidad, por medio de su evangelio, a formar parte de su nueva creación (1:10; 2:1-10 y en particular 2:11-22).
Nuevamente notamos la importancia del Espíritu Santo como aquel que guía a toda verdad a la Iglesia (Jn 14:16-17; 16:13-14) dándole a conocer en este momento crucial de la historia el plan de Dios, su misterio. El mismo Espíritu es quien abre los ojos de los cristianos para que entiendan, se apropien y vivan las profundas verdades de las buenas nuevas del misterio divino (ver 1:17-18).
El carácter de la buena noticia
En el versículo 3:6 encontramos de manera sucinta la mejor definición del misterio. Pablo usa tres palabras que expresan lo que ya había dicho en 2:11-22 y que ahora resume:
los gentiles son, junto con Israel,
beneficiarios de la misma herencia,
miembros de un mismo cuerpo
y participantes igualmente de la promesa en Cristo Jesús mediante el evangelio.
Lo primero que se afirma es la igualdad básica y fundamental en la nueva Iglesia. No hay ciudadanos de primera, segunda o tercera clase. Todos y todas participan con igualdad de derechos y estatus de las mismas prerrogativas y privilegios. En eso consiste la extraordinaria novedad de esta nueva humanidad creada por el Mesías Jesús.
Esa igualdad fundamental se deja ver en las realidades esenciales que constituyen la nueva humanidad: Son beneficiarios de la misma herencia. Ya en los capítulos anteriores Pablo había hablado de la herencia (ver 1:11, 14, 18), miembros de un mismo cuerpo (ver 1:10; 2:13-22) y participantes igualmente de la promesa en Cristo Jesús mediante el evangelio (ver 1:13; 2:12b).
Las tres realidades mencionadas constituyen pilares clave de lo que significa ser las primicias de la nueva humanidad como iglesia. Todas ellas tienen una riqueza teológica significativa, y, como hemos indicado, ya han surgido antes en la carta. Ahora se reiteran poniendo de relieve la realidad de la participación de los gentiles en los privilegios antes considerados como exclusivos de los judíos. Veamos cómo lo había dicho el apóstol en Efesios 2:11-22:
Pero ahora en Cristo Jesús, a ustedes que antes estaban lejos, Dios los ha acercado mediante la sangre de Cristo.
14 Porque Cristo es nuestra paz: de los dos pueblos ha hecho uno solo, derribando mediante su sacrificio el muro de enemistad que nos separaba, 15 pues anuló la ley con sus mandamientos y requisitos. Esto lo hizo para crear en sí mismo de los dos pueblos una nueva humanidad al hacer la paz, 16 para reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo mediante la cruz, por la que dio muerte a la enemistad. 17 Él vino y proclamó paz a ustedes que estaban lejos y paz a los que estaban cerca. 18 Pues por medio de él tenemos acceso al Padre por un mismo Espíritu.
19 Por lo tanto, ustedes ya no son extraños ni extranjeros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, 20 edificados sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular. 21 En él todo el edificio, bien armado, se va levantando para llegar a ser un templo santo en el Señor. 22 En él también ustedes son edificados juntamente para ser morada de Dios por su Espíritu.
Esa igualdad fundamental es el centro del evangelio, de lo que Jesús hizo en la cruz. Siempre ponemos énfasis en la reconciliación nuestra con Dios pero olvidamos que la reconciliación entre las personas es integral a esa buena noticia.
Es lo que Pablo también afirma en Gálatas tres:
26 Todos ustedes son hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús, 27 porque todos los que han sido bautizados en Cristo se han revestido de Cristo. 28 Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús. 29 Y si ustedes pertenecen a Cristo, son la descendencia de Abraham y herederos según la promesa.
Lo mismo encontramos en Colosenses 3:11. En la nueva creación de Dios
no hay griego ni judío, circunciso ni incircunciso, culto ni inculto, esclavo ni libre, sino que Cristo es todo y está en todos.
Esta nueva humanidad creada por Dios y hecha posible por la muerte de Jesús se está construyendo por el poder del Espíritu Santo mediante el evangelio. Es por medio del anuncio de las buenas noticias que Dios nos introduce a la nueva vida y realidad en el mundo (ver 1:13-14). El evangelio es la declaración de amnistía, el ofrecimiento del perdón (ver 1:7) y reconciliación para ser parte de la nueva creación y humanidad que Dios ha comenzado a hacer una realidad con su amado hijo, Jesús el Mesías.
Ese anuncio se da por medio de la proclamación pero también por la vida y acciones incluyentes y reconciliadoras de la nueva humanidad. La nueva comunidad, creada por Dios, es, por su vida incluyente y solidaria, una buena noticia de lo que Dios está haciendo en el mundo incluso ante los poderes del mal (ver 3:10 a continuación).
El fin de todo esto es que la sabiduría de Dios, en toda su diversidad, se dé a conocer ahora, por medio de la iglesia, a los poderes y autoridades en las regiones celestiales.
Este texto nos permite ampliar considerablemente nuestra comprensión del servicio que damos a Dios. Entendemos que nuestra tarea es un regalo inmerecido de Dios, que se lleva al cabo con su poder, que es para el beneficio de los demás y que tiene dimensiones cósmicas, sociales y políticas.
Los poderes y autoridades en las regiones celestiales (que incluye a los seres humanos que ostentan toda forma de poder, sin dejar fuera a los religiosos), deben saber que el proyecto de Dios para formar una nueva humanidad, inclusiva y fraterna, es posible solo por la gracia de Dios manifestada en Jesús, el Mesías. En un mundo adicto a los muros de separación, a las divisiones, a la marginación y a los clubes exclusivos, la nueva humanidad le hace saber que “otro mundo y otra sociedad son posibles.”
La realidad de la casi infinita fragmentación de las iglesias en nuestros pueblos debe ser un llamado al arrepentimiento y a la expresión de una iglesia en la que quepan todos los seres humanos. Pero igualmente importante es que debemos evitar la formación de iglesias cuyo centro de integración se encuentra en cuestiones étnicas, raciales, sexuales, de clase social, económicas, de ideologías políticas e incluso por razones teológicas, moralistas y religiosas. El punto de convergencia de la iglesia es Jesús el Mesías y su obra de reconciliación en este mundo. La iglesia debe ser una muestra palpable de dicha reconciliación y hospedar a todo tipo de personas, sin distinción alguna, o no es la iglesia que Jesús quería.
El contenido de la buena noticia se resume en que la nueva humanidad creada por el Mesías Jesús es igualitaria e inclusiva. Todas y todos sus miembros están en igualdad de condiciones y privilegios. La iglesia por su vida paradigmática da a conocer esa realidad a los poderes y autoridades, humanos y celestiales.
Testificar con dignidad, libertad y sin tapujos ante los poderes de este mundo (3:10)
La última parte que resaltamos del testimonio de Pablo tiene que ver con la manera en que se atreve a “sacar la voz” (Ana Tijoux): con dignidad y valor.
12 En él, mediante la fe, disfrutamos de libertad y confianza para acercarnos a Dios.
19 Oren también por mí para que, cuando hable, Dios me dé las palabras para dar a conocer con valor el misterio del evangelio, 20 por el cual soy embajador en cadenas. Oren para que lo proclame valerosamente, como debo hacerlo.
El verbo principal que aquí se traduce como disfrutamos de libertad (y en 6:19-20 como con valor…valerosamente) significa tener la "osadía de hablar con franqueza y libertad", sin tapujos. Pero además tiene otra dimensión que no debemos ignorar. Se ha constatado que su uso en el mundo greco-romano del primer siglo se refería a "la forma de hablar propia de una persona libre. La palabra, por tanto, se asocia prioritaria y destacadamente con la libertad, concebida ésta en los órdenes político, moral o incluso cósmico." (Wild).
Resaltamos este aspecto porque para Pablo era importantísimo (como se ve arriba en la cita de 6:19-20) al dar testimonio del evangelio inclusivo y hospitalario hacerlo con la dignidad, valor y libertad de una persona libre. Esto, en contraste con el esclavo, que hablaba cabizbajo, sin mirar a los ojos al patrón y con voz suave y suplicante. El esclavo rara vez se atrevía a decir la verdad o desafiar la narrativa dominante de sus amos. Eso es indigno del evangelio de la reconciliación.
En las Américas vivimos realidades opresivas que impiden a las grandes mayorías expresarse con libertad. En las iglesias como en la sociedad encontramos voces silenciadas, personas invisibilizadas por culturas dominantes huellas vivas de la colonización. Narrar lo que hemos vivido, en una cultura dominante y opresora, tomar la palabra en el contexto público y hacer teología con nuestros testimonios es uno de los grandes desafíos que vivimos hoy.
Esto es lo que dice Pablo: Estoy preso pero tengo que hablar de lo que veo que Dios está haciendo al formar una nueva humanidad inclusiva e igualitaria. Mi propia experiencia de vida confirma esa nueva creación de Dios y lo necesito dar a conocer con claridad, como una persona libre, con dignidad y plena certidumbre.
Hacer lo que Pablo hizo en sus días, testificar de la nueva humanidad que Dios está creando tiene un costo. Pablo lo pagó con la privación de su libertad y finalmente con su vida. Hoy día sacar la voz por una comunidad incluyente que no discrimina a ninguna persona significa, en los ámbitos eclesiásticos inquisitoriales, sufrir la excomunión, la marginación, la satanización como herejes, y la etiquetación y juicios condenatorios (en los medios sociales) de los guardas de la “sana doctrina.”
Cuando las iglesias o incluso la sociedad nos cierran las puertas, hemos de insistir en sacar la voz, asumir nuestra agencia como personas que sirven al proyecto de Jesús y tomar conciencia de nuestro papel e importancia para contribuir a la formación de la nueva humanidad de Jesús. Y hemos de hacerlo con dignidad y valor.
Dar testimonio es
“Nombrar el sufrimiento, al opresor y las causas de la dominación en nuestra vida; es hacer teología como pueblo a partir de lo cotidiano; es hacer propia la experiencia, hacerla pública y entretejerla con la historia de Dios.” (Elizabeth Conde-Frazier).