Iniciamos nuestra reflexiones más detalladas sobre el calendario litúrgico con los temas del segundo tiempo ordinario. Este se inicia siguiente domingo después del Pentecostés y se extiende hasta el Adviento. Lo normal sería iniciarse con el período de Adviento, que es cuando se inicia el calendario litúrgico. Sin embargo, ahora tomamos como punto de partida el segundo período ordinario para que quienes siguen este calendario encuentren los temas que corren con el presente año 2024 y puedan usar este recurso oportunamente.
Los textos bíblicos que sugiere el calendario para las lecturas bíblicas durante el culto o celebración litúrgica son muchos y muy variados. En realidad, las lecturas para el culto varían según la tradición religiosa. Eso ayuda para que cada año se puedan seleccionar distintos pasajes bíblicos sin tener que repetirlos cada año. En algunos casos, como sucede en el Libro de Oración Común de la Iglesia Episcopal, se proveen lecturas para cada día de la semana. Aquí nos limitamos a las lecturas bíblicas para cada domingo y de ellas hemos seleccionado una de ellas con sugerencias para el sermón dominical.
Hemos dicho en el artículo anterior que los temas para este período pueden ser sobre la vida de Jesús, la misión de la iglesia y también otros temas doctrinales centrales para la fe cristiana (la Trinidad, el bautismo, etc.)
Para este mes de junio sugerimos los siguiente temas: La trinidad (un domingo) y el Espíritu Santo en la misión de la iglesia para los domingos del mes de junio. Las siguiente reflexiones ofrecen diversas ideas que se pueden usar al estructurar el culto y presentar el mensaje de la Palabra de Dios.
Domingo de Trinidad (26 de mayo).
La Trinidad como modelo para la unidad de la Iglesia en la misión
Hace algunos meses, en la serie de artículos sobre Efesios como modelo para el culto, indicamos que una de las notas sobresalientes del himno con el que empieza la carta (1:3-14) tiene un claro contenido trinitario. Efesios nos muestra que en el desarrollo del plan de Dios en el mundo, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo colaboran juntos y armoniosamente en la tarea de reconciliación y redención del mundo.
Paralelo al notable énfasis trinitario que Efesios tiene, como ningún otro documento del Nuevo Testamento, está el énfasis en la unidad de la iglesia, como comunidad reconciliada y redimida por la gracia de Dios. La eclesiología se plantea a partir de la realidad del Dios trino. Y es la misio Dei, la misión de Dios, la que determina y sirve de modelo a la misión de la iglesia en el mundo.
Las personas de la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, trabajan juntas para llevar a cabo su plan redentor. El Padre planea desde la eternidad (1:3-6), el Hijo amado se encarna, sufre, muere, resucita y asciende a la diestra del Padre y así lleva a cabo el plan del Padre y hace la paz-shalom, entre las personas y entre estas con Dios.
El Espíritu Santo, Señor y dador de vida, hace realidad aquello que el Padre planeó y aquello que el Hijo concretó en la historia. El Espíritu da vida a la nueva humanidad, creada por Dios, la iglesia. Con su extraordinario poder capacita a la iglesia para que cumpla con su misión en el mundo como cuerpo del Mesías Jesús. En todo esto descubrimos que “Dios es en sí mismo una permanente conversación, una comunión de amor, una identidad de propósito y una unidad de acción: Padre, Hijo y Espíritu Santo.” (José Miguez Bonino).
Como el plan de Dios es la total reconciliación de la creación bajo el señorío de Cristo (1:10) y la esencia de su obra redentora es la unidad de toda la creación bajo el señorío de Jesús el Mesías, la iglesia es llamada a ser poema de Dios (2:10), testimonio de su gracia y primicias de una nueva humanidad reconciliada (2:15). Una comunidad que por su vida de armonía y unidad es testimonio de la sabiduría y amor de Dios a todas las generaciones y a los poderes y autoridades de este mundo (2:7; 3:10).
La unidad de la iglesia, como reflejo de la unidad del Dios trino, es esencial para que esta lleve a cabo su misión en el mundo, de acuerdo al plan de Dios, como artesana del shalom (4:1-3). En su tarea misionera, en su vida en comunidad, en la práctica cotidiana del amor, en su identidad trinitaria y en la unidad en la misión (4:1-5), la iglesia es imitadora de Dios (5:1-2).
Domingo (entre el 29 de mayo y el 4 de junio) del segundo tiempo ordinario:
Este mes de junio exploraremos, a la luz de la carta a los Efesios, la manera en que el Espíritu Santo nos capacita para la vida cristiana en todas sus dimensiones y en nuestra misión. Esperamos que estas reflexiones amplíen nuestro horizonte y comprensión de la obra del Espíritu Santo en la iglesia. (Las citas que se dan en los siguientes párrafos son de esta epístola).
Efesios es la carta del Espíritu Santo. Después de Lucas-Hechos no hay un libro del Nuevo Testamento que dé el espacio y relevancia al ministerio del Espíritu como lo hace Efesios. Y en el contexto general de la carta sobre los poderes de este mundo, se pone de relieve el inconmensurable poder del Espíritu Santo que ya está presente en la iglesia. Esta, como la nueva creación y la nueva humanidad hecha por el Mesías, experimenta ahora la presencia y poder del Espíritu en su plenitud. La nueva vida que el Espíritu crea en la comunidad cristiana se manifiesta produciendo en ella el fruto del carácter de Jesús y empoderándola con dones para el servicio.
Es de suma importancia que, al considerar la obra del Espíritu Santo, no perdamos de vista el marcado énfasis trinitario de la carta que ya hemos indicado y aquí desglosaremos. No podemos ni debemos aislar lo que hace el Espíritu de lo que hacen el Padre y el Hijo. No podemos entender el ministerio del Espíritu sino como una tarea que siempre realiza en armonía de propósito, plan y visión con las otras personas de la Trinidad. Su tarea, perfectamente coordinada, es y debe ser un modelo en los diversos ministerios de la iglesia.
La unidad del Padre, Hijo y Espíritu Santo en la missio dei, es modelo y demanda para la unidad en la misión de la iglesia en el mundo. En Efesios, eso significa concretamente que el propósito y plan de unidad y reconciliación que el Padre tiene para toda su creación (1:9-10) y que Jesús el Mesías concretó haciendo la paz, el shalom, con su sacrificio en la cruz (2:14-18), es lo que el Espíritu Santo quiere que la nueva humanidad realice, y para ello la empodera con su presencia, fruto y dones (2:19-22; 4:1-16).
Las bendiciones abundantes que Dios nos da en Cristo son fruto de la presencia y obra del Espíritu en nuestra vida comunitaria y personal. Son espirituales por provenir del Espíritu (1:3 y 5:19). El Espíritu convierte en una experiencia real y cotidiana esas bendiciones. Esa es su tarea. Lo que el Padre planeó desde antes de la creación del mundo para nosotros (1:4-5), y Jesús hizo posible con su muerte (1:6-8), el Espíritu lo hace realidad en nosotros aquí y ahora (1:13-14).
Entre esas bendiciones, el himno de apertura menciona que recibimos el Espíritu al oír el evangelio y creer en él. Y esa experiencia original, punto de partida de todo lo demás, es interpretada para nosotros de la siguiente manera. El Espíritu es el sello de garantía que autentica la legitimidad de lo que somos (posesión de Dios) y el depósito que garantiza la herencia que hemos de recibir y nos da un adelanto en el presente de lo que será en el futuro (1:13-14).
El es, además, testimonio de la fidelidad de Dios. Es el Espíritu prometido (1:14). Esta expresión nos recuerda la continuidad y cumplimiento de las promesas de Dios con respecto al Espíritu. El Espíritu Santo fue prometido en el Antiguo Testamento (Ez 36:26-27, 37:14, Joel 2:28-30; Hch 2:1-12) y ahora esa promesa se ha cumplido sobre toda la humanidad, en judíos y gentiles, mujeres y hombres por igual. Así, la presencia del Espíritu en los creyentes conecta ambos testamentos, trayendo el pasado al presente de manera sorprendente y poderosa.
Domingo (entre el 5 y el 11 de junio) del segundo tiempo ordinario
El Espíritu Santo es el ya del Reino de Dios. Esa es la nota dominante de 1:13-14. Debemos poner énfasis en la naturaleza escatológica de la presencia del Espíritu en el pueblo de Dios. La presencia del Espíritu hace posible, aquí y ahora, gozar y probar la realidad de la reconciliación escatológica. La existencia misma de la iglesia es y debe ser testimonio de que el reino ya está presente entre nosotros. El Espíritu en Efesios es un anticipo, un enganche, de nuestra herencia, del nuevo cielo y la nueva tierra en los cuales mora la justicia (4:24 cf. 2 Pe 3:13).
Podemos disfrutar ahora la realidad del futuro: tenemos en el Espíritu un adelanto de realidades que han de venir. Podemos vivir, gracias a la poderosa presencia del Espíritu, la vida de las regiones celestiales, la vida del futuro. Por la obra del Espíritu Santo, como dice Hebreos 6:4-6, los cristianos "han sido iluminados... han saboreado el don celestial... han tenido parte en el Espíritu Santo y ... han experimentado la buena palabra de Dios y los poderes del mundo venidero."
Y gracias a la presencia del Espíritu en nosotros podemos mirar hacia el futuro glorioso que Dios tiene reservado para su creación y a la vez trabajar ahora para construirlo como colaboradores de Dios (1 Cor 3). El es la garantía de que nuestra labor no es en vano (1Cor 15:58); él es la presencia y seguridad del futuro. El provee la certeza de que todo lo que Dios nos ha prometido se cumplirá. La tarea de reconciliación y unidad en el mundo no es en vano, somos llamados a realizarla y modelarla, y su Espíritu nos asegura su posibilidad. Jesús ya puso su fundamento.
El Espíritu es la presencia real y actual del poder del Dios de la vida. La afirmación sorprendente de que el poder más alto del universo ya está obrando en los creyentes (1:19) intenta alertarnos al hecho de que, para la enorme tarea de reconciliación, Dios nos ha dotado de la presencia de su Espíritu y de la incomparable grandeza de su poder. Ese poder es la fuerza grandiosa y eficaz que hace posible nuestra tarea aquí y ahora. Así lo testifica Pablo (3:7 cf. 1:9; 3:16), señalando que su apostolado es posible gracias al poder-Espíritu de Dios. Luego, le recordará la misma verdad a la iglesia ante su vocación y misión para la unidad (4:1-3).
"El reino ha sido inaugurado, los poderes de la nueva edad han sido desatados por Jesucristo y están al alcance nuestro aquí y ahora, Dios ha mostrado que la historia le pertenece. Por lo mismo, la iglesia no puede entregarse a la pasividad frente a los males que afectan la sociedad...En América Latina urge la recuperación de ese sentido del cumplimiento de las promesas de Dios que caracterizó al cristianismo primitivo y dio pie a la práctica del bien a todos...Urge una toma de conciencia del significado del "ya" del reino para la totalidad de la vida y la misión de la iglesia." (René Padilla).
Domingo (entre el 12 y el 18 de junio) del segundo tiempo ordinario
El Espíritu Santo nos lleva a la plena experiencia de la adopción como hijos de Dios (1:5). En el pensamiento paulino la adopción se atribuye, en su aspecto experimental, a la obra directa del Espíritu (Gal 4:5-6 y Rom 8:15-16). Es por su obra en lo profundo de nuestro corazón que al nacer a la nueva vida nuestras primeras palabras son Abba, Padre. El Espíritu graba en lo más íntimo de nuestro ser la plena seguridad de que Dios es nuestro Padre y por ello, con plena confianza, le llamamos Abba. Al mismo tiempo, es el Espíritu el que hace posible nuestra entrada y acceso al Padre (2:18). El es quien nos lleva de la mano a la presencia de Dios. Este es otro pasaje trinitario en el cual la obra de cada una de las personas de la Trinidad opera en el proceso diario de crecimiento y maduración. Y lo hace con todos y todas, sin distinción alguna.
Pero recordemos que en el contexto de Efesios, el ser hijos de Dios tiene un fuerte sentido misionero (5:1-2). Somos hijos de Dios para mostrarle al mundo su amor reconciliador (2:7, 3:10). Ser hijos nos obliga a ser responsables por la vida y las relaciones sociales de nuestra comunidad (5:3-6:4).
La revelación del propósito de Dios para su creación ha sido dada a conocer a los profetas y apóstoles por el Espíritu (3:5). Es el Espíritu quien revela lo profundo de Dios (1 Cor 2 y 3). Es también, obra de Espíritu la iluminación (1:9) que nos ayuda a entender la revelación. Es él quien nos guía a comprender y mirar cotidianamente y con mayor claridad el misterio que Dios nos ha revelado en su Evangelio.
Pero esa iluminación no sucede automáticamente. Es necesario, para que nos apropiemos de ese beneficio, estar constantemente de rodillas pidiendo la iluminación del Espíritu por nosotros y por los demás (1:17) como lo hacía el pastor Pablo, y dedicarnos con empeño a la tarea docente enseñando las buenas nuevas (3:5). El Espíritu obra en respuesta a nuestra oraciones y nos capacita para enseñar su Palabra a otros. El pleno conocimiento de Dios no se alcanza desde un esfuerzo individualista; es una bendición que se hace real y alcanza su mayor dimensión cuando la vivimos “junto con todos los santos” (3:18-19). Es en la comunidad cristiana, como una comunidad hermenéutica, que se llega a experimentar la plenitud del Espíritu (5:18).
Domingo (entre el 19 y el 25 de junio) del segundo tiempo ordinario
La unción del Espíritu nos capacita a vivir como Jesús en este mundo, haciendo justicia como artesanos de la paz (ver arriba 1:17 cf. Isaías 11). El Espíritu de sabiduría y de revelación, que nos capacita para que conozcamos mejor a Dios y su plan de reconciliación, nos va formando hasta que lleguemos a ser como Jesús (4:13, 15). El Espíritu de sabiduría nos capacita para ser artesanos de una nueva humanidad, agentes para la reconciliación de todas las cosas. Lo hizo con Jesús, con Pablo y también con nosotros (1:10; 3:7; 4:1-3).
El Espíritu nos incorpora y edifica para ser una comunidad sagrada, el templo donde Dios mora (2:22). Esto significa que Dios habita en su templo-pueblo por medio de su Espíritu. Somos el templo de Dios, construido por la obra del Espíritu (2:21). El Espíritu es tanto el constructor del templo de Dios como el medio por el cual la santa presencia de Dios habita en nosotros, su templo. La cohesión y unidad profunda de la iglesia se debe a la obra reconciliadora del Dios trino que por su gracia les ha incorporado a su cuerpo, para formar una comunidad sagrada, que colabore con El en su misión.
El cómo de la nueva vida en la iglesia es posible por la obra del Espíritu. Como primicias de la nueva creación (2:1-10) la iglesia está llamada a vivir en unidad, como una comunidad que ha experimentado una profunda reconciliación por el poder de Jesús en la cruz (2:14-18). Llevar esto a la vida cotidiana de la iglesia es posible por la presencia fiel y activa del Espíritu Santo y la entrega y compromiso de los cristianos y cristianas. La parte exhortativa de la carta (capítulos 4 al 6) mantiene una sana tensión entre la obra del Espíritu y nuestra responsabilidad en la misión.
Es muy difícil mantener el balance entre la acción de Dios a nuestro favor y lo que nosotros hacemos en su nombre. A menudo esperamos que Dios sea el que haga todo. A veces también pensamos y actuamos como si todo dependiera de nosotros. Otra manera de expresar esto en términos teológicos es hablar de la soberanía de Dios y la responsabilidad humana. A menudo nuestras teologías se cargan de un lado o del otro. El texto bíblico mantiene ambas realidades en tensión y a las dos les da el énfasis debido.
La unidad de la iglesia es resultado de la obra del Espíritu (4:3) que produce el fruto necesario para mantenerla (4:2-3) y provee los dones para edificar al cuerpo de Cristo y mantenerlo unido (4:11-13). Es deber de todos los miembros del cuerpo dejarse conducir por el poder del Espíritu. De allí que dañar la vida de la comunidad de fe con nuestras ofensas y pecados es ofender y entristecer al Espíritu (4:30). El Espíritu está activo y presente en la vida cotidiana de la iglesia y nuestros pecados que dañan la unidad y armonía por él creadas le causan profundo pesar.
El Espíritu empodera a la iglesia en su tarea profética en la sociedad (5:9). Todo el pueblo de Dios es llamado a manifestar el fruto de la Luz-Espíritu que se manifiesta en una vida integra de bondad, justicia y verdad (5:9). También se muestra en el discernimiento de los dilemas de la vida y las señales de los tiempos (kairos 5:10 y 16) así como en la denuncia de los pecados sociales (5:13-14). El orden aquí señalado es muy importante. A fin de cumplir con su urgente tarea profética:
- la iglesia debe vivir una ética personal y social irreprochable,
- ser sabia en la lectura y discernimiento de los tiempos oportunos (kairos) que se le presentan, y
- denunciar los males sociales que plagan su mundo. Esa es la función de esta nueva comunidad, alternativa e incluyente, que vive bajo el régimen de la vida del reinado de Dios.
Domingo (entre el 26 de junio y el 2 de julio) del segundo tiempo ordinario
El terreno y laboratorio para la vida llena del Espíritu es el hogar (5:18-6:4). La única manera por la cual podemos vivir el estilo de vida que responde a nuestra vocación (4:1), en aquellas áreas de la vida donde es más difícil hacerlo, es siendo llenos con/por el Espíritu. La adoración y edificación comunitarias (5:19), la gratitud como una actitud fundamental hacia la vida, las personas y Dios (5:20), y el servicio y sumisión mutuos en las relaciones personales (a fin de que estas sean profundamente significativas en la familia y el trabajo), son fruto de la presencia y completo control del Espíritu sobre nuestra vida. En esta larga sección se concreta el llamado a vivir una vida de amor como hijos amados de Dios e imitadores de Jesús (5:1-2), en la práctica cotidiana de entrega y servicio mutuos entre esposo y esposa, hijos y padres, amos y esclavos.
Finalmente, en nuestra batalla contra los poderes y autoridades del mal, la presencia y poder del Espíritu en la Iglesia es un requisito sine qua non para vencer y mantenernos firmes (6:17-18). El lenguaje de poder que Pablo usa en este pasaje (10-11) no tiene sentido alguno si lo despersonalizamos y aislamos del Espíritu Santo. En todas la carta, esta terminología de poder siempre se asocia con el Espíritu de Dios (ver arriba, 1:19; 3:16, 19).
De especial importancia son cualidades tales como la verdad y la justicia (6:14) que anteriormente se identificaron como virtudes fruto del Espíritu (5:9) y que se dan en un claro sentido social y comunitario. La predicación del evangelio de la paz y reconciliación (6:15) se lleva al cabo por la gracia de Dios y bajo el poder del Espíritu, de acuerdo a lo que Pablo mismo ha narrado de su propia experiencia (cap. 3). El Espíritu ilumina y abre los ojos del predicador (3:3) y de los mensajeros (3:5), y les da el poder para comunicarlo (3:7), incluso a las fuerzas espirituales de maldad en los lugares celestiales (3:10). Por supuesto, las buenas noticias también se le anuncian a los seres humanos, a quienes el Espíritu les da fe para creer (1:13-14) y para mantenerse firmes en esa fe (1:17-18), de tal manera que esa fe es un escudo contra el Diablo (6:16).
La palabra de Dios es la espada del Espíritu (6:17). Por ello es que para Pablo es tan importante poder hablar de ella con plena confianza como una persona libre (6:19-20). Finalmente, necesitamos estar conscientes de que en nuestras batallas dependemos del apoyo del Espíritu en oración (6:18), especialmente cuando estamos sufriendo intensamente (Rom 8:26-28) e incluso como presos (como era el caso de Pablo) por causa del anuncio de las buenas nuevas de reconciliación (3:1, 13; 4:1; y 6:21-22).